Cuando miles de judíos de la Italia ocupada por los nazis fueron enviados a campos de concentración en el otoño de 1943, un grupo de médicos disidentes descubrió la forma de salvar decenas de vidas: Inventar una enfermedad tan contagiosa y mortal que los alemanes ni se atrevieran a acercarse.
Aunque no se reveló hasta 60 años más tarde, el truco comenzó el 16 de octubre de 1943, cuando los nazis asaltaron un gueto judío cercano al río Tíber. Mientras los judíos estaban siendo cercados, los médicos ocultaron a varios de ellos en el cercano hospital Fatebenefratelli. Fue entonces cuando los médicos elaboraron un plan para diagnosticar a los refugiados con una enfermedad ficticia. Lo llamaron Síndrome K.
Para lograrlo, los nazis tenían que creer que estos pacientes tenían una enfermedad letal que podía infectar a cualquiera que entrara en contacto con ellos. En los estrechos vagones de los trenes de deportación, un pasajero enfermo podría infectar a todos, incluidos los soldados.
El nombre Síndrome K fue idea del doctor Adriano Ossicini, un médico antifascista que trabajaba en el hospital y que sabía que necesitaba un medio para que el personal diferenciara qué personas estaban realmente enfermos y cuáles eran judíos que se escondían. Inventar una enfermedad falsa fue el recurso; cuando un médico entraba con un paciente con “síndrome K”, todos los que trabajaban allí sabían qué pasos tomar. “El nombre de la enfermedad se hacía constar en los papeles del enfermo para indicar que era judío”, dijo Ossicini al periódico italiano La Stampa en 2016. “Creamos esos documentos para que los judíos parecieran pacientes ordinarios, la idea de llamarlo Síndrome K, como Kesselring o Kappler -despiadados nazis-, fue mía”.
El síndrome K no era sólo un nombre en clave para distinguir a los pacientes reales de los judíos que se escondían; Los médicos tenían que encontrar la forma de hacer que la enfermedad pareciera real cuando las tropas nazis peinaran el hospital en busca de judíos. Para ello, los médicos tendrían salas especiales llenas de “víctimas” del síndrome K, en las que había carteles donde se advertía a los soldados que era una enfermedad altamente contagiosa y mortal.
Las tropas nazis, asustadas por contraer la misteriosa dolencia, ni siquiera se molestaron en inspeccionar a la gente de esas habitaciones cuando allanaron el hospital. Había también niños, así que los doctores los entrenaron para que aprendieran a toser violentamente y hacerlo más creíble.
“Los nazis pensaron que era cáncer o tuberculosis, y huyeron como conejos”, dijo el doctor Sacerdoti a la BBC en 2004. El síndrome K le ayudó a salvar la vida de su prima de 10 años, Luciana Sacerdoti.
Cuando, más de medio siglo después, el invento de los médicos fue finalmente revelado, se ganaron el reconocimiento mundial.
El propio hospital fue reconocido como la “Casa de la Vida” por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, que ensalza a los salvadores del Holocausto. En los años previos a las incursiones, el hospital se había convertido en un refugio para los judíos perseguidos. La administración del hospital de la época, incluyendo a Borromeo, permitió a médicos como Sacerdoti -un judío que había sido despedido de empleos anteriores por su religión- trabajar bajo documentos falsos.
El número real de personas salvadas por los médicos en Fatebenefratelli se calcula por encima del centenar. No importa la cuenta final, la rápida actuación y el ingenio de médicos como Sacerdoti, Borromeo y Ossicini fueron un rayo de esperanza en un momento en que los finales felices eran escasos.
Comentarios4 comentarios
Buena argucia.
Un saludo.
Y que mejor fin que utilizar una treta para salvar vidas.
Saludos, Cayetano
Que buen articulo y tactica ..gracias Felix
En tiempos de guerra es cuando más se agudiza el ingenio. Gracias a tí, Emperatriz.