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El negocio de los huesos: el tráfico de reliquias en la Edad Media

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Es difícil de imaginar ahora, pero hubo un tiempo -sobre todo a partir del Sacro Imperio Romano- en que los huesos de los mártires cristianos provocaron la misma clase de pasión que las actuales estrellas de la música y el celuloide. Y debido al afán por hacerse con una de estas reliquias sagradas surgió una economía sumergida para satisfacer la gran demanda.

Relicario que contiene el cuerpo de San Jacinto en el antiguo monasterio cisterciense Abadía de Fürstenfeld, Alemania. (Foto: Wikicommons )

El mercado de las reliquias abarcaba tanto las clases altas como las más bajas: todos, desde campesinos hasta obispos, hasta reyes como el propio Carlomagno, clamaban por verlas o tenerlas. Después de todo, estas divinas reliquias tenían el poder de dar bendiciones directas de Dios. En los días de fiesta, multitudes de peregrinos acudían a las catedrales e incluso los feligreses se desmayaban cuando asistian a un supuesto milagro. La veneración de las reliquias era incluso una parte de la ley franca:

«Carlomagno ordenó que cada altar tuviera reliquias y también obligó a que los juramentos se hicieran en una Iglesia, sobre el Evangelio o ante una Reliquia»

El único problema era que la adquisición de reliquias de nivel alto, las de las «grandes estrellas religiosas», requería mucho tiempo y dinero. Era un gran negocio, y las más deseadas eran las más difíciles de conseguir. Sin embargo, algunos papas impusieron restricciones al comercio, en gran parte debido al alboroto de los ciudadanos romanos que estaban cansados ​​de los extranjeros que saqueaban su herencia cultural.

Huesos de Saint Séverin, en la iglesia de homónimo nombre (Foto: Dennis Jarvis / Flickr)

Uno de los vendedores de reliquias más famosos fue un diácono romano llamado Deusdona, que, junto con sus hermanos Lunisus y Theodorus y su socio Sabbatino, dirigía una empresa familiar especializada en el contrabando de reliquias.

Era un trabajo relativamente fácil. Después de recibir una petición de un clérigo o un noble, los italianos descendían a los sepulcros a lo largo de la Vía Appia, Vía Pinciana-Salaria o la Vía Labicana. Una vez que los huesos eran extraídos se almacenaban en una casa familiar en Benevento, probablemente por razones de seguridad. La parte más ardua del proceso era indudablemente el transporte. La mayoría de los clientes eran de más allá de los Alpes, lo que significaba que los hombres tenían que prepararse para largos días de viaje por aquellas carreteras rurales.

Otros comerciantes hacían su particular agosto paseándose y expoliando huesos de lo que otrora fue Al-Andalus, recolectando los restos de cristianos muertos. Aproximadamente 300 años más tarde, los ladrones de todo el mediterráneo tuvieron el premio gordo gracias al saco de Constantinopla, liderado por los cruzados en 1204.

El relicario de Santa Munditia, Iglesia de San Pedro, Munich, Alemania (Foto: Wikicommons)

Sin embargo, el culto de los santos huesos comenzó a entrar en declive a finales del siglo XV y entrado el XVI como resultado de las críticas de pensadores cristianos como Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam. En respuesta a la Reforma Protestante, el Concilio de Trento (1545-1563) reafirmó la veneración de los santos.

Pese a todo, y aunque las aventuras de tipos como Deusdona y tantos otros son cosa del pasado, las reliquias siguen siendo veneradas, en menor medida, y son el centro de atención de infinidades de lugares sacros.

3 COMENTARIOS

  1. Esa veneración por las reliquias fue lo que produjo una considerable picaresca dentro de la Iglesia para obtener buenos beneficios. Y así empezaron a proliferar por todas partes «santos prepucios», «lignum crucis», «clavos de Cristo» y hasta «plumas del Espíritu Santo». Lo que no inventaran…
    Un saludo, Félix.

    • Todo, valía absolutamente todo, Cayetano. Desde una uña hasta el santo prepucio. Pero el negocio estaba por delante de la devoción.
      Saludos!

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