¿Quién hubiera pensado que entre muebles y antigüedades se podía encontrar un tesoro prehistórico? Lo cierto es que la pasión, el ojo atento y un toque de suerte a veces bastan para sacudir el mundo académico, y eso fue justamente lo que logró el londinense Bennett Bacon con un hallazgo digno de los mejores arqueólogos… aunque él solo sea conservador de muebles.
La serie de época que obsesiona al mundo y hará temblar tus teorías
Encuentra un tesoro oculto por 80 años gracias a un simple dibujo
Un descubrimiento accidental: del salón de casa al Cambridge Archaeological Journal
En ocasiones la inspiración no surge en un laboratorio ni entre polvorientos libros, sino frente al ordenador, con una buena taza de té. Así empezó la historia de Bennett Bacon, que en enero de 2023 llevó su nombre hasta las páginas del prestigioso Cambridge Archaeological Journal. ¿El motivo? Mientras curioseaba imágenes de cuevas europeas repletas de pinturas (algunas con nada menos que 15.000 a 40.000 años de antigüedad), notó un detalle intrigante: cerca de los animales representados, aparecían pequeños trazos y puntos.
No era una casualidad ni un capricho artístico, pensó Bacon. Tampoco reminiscencias del aburrimiento prehistórico (¿quién no se ha perdido dibujando garabatos en una reunión?). Para él, aquellos signos podían ser algo mucho más profundo: potentes marcadores de tiempo y, tal vez, las primeras muestras conocidas de escritura en la historia de Homo sapiens.
¿Marcas sin sentido o calendario lunar? El enigma de los puntos y trazos
En su paciente análisis de cientos de imágenes, Bacon percibió un patrón que captó su atención: la cantidad de pequeños trazos y puntos nunca superaba los trece. Su hipótesis inicial fue directa y apasionante: ¿serían estos signos una especie de calendario lunar primitivo, usado para seguir los ciclos de la naturaleza? “Siempre me han intrigado las marcas en estos dibujos, así que traté de descifrarlas usando un enfoque parecido al que otros han utilizado para comprender formas primitivas de escritura griega”, explicó Bennett Bacon en declaraciones recogidas por la plataforma Sci News.
Nada menos. Porque si esta interpretación resulta cierta, estaríamos ante el primer sistema para conceptualizar el tiempo de manera estructurada, plasmado en la roca por nuestros ancestros mucho antes de que llegara la escritura cuneiforme o cualquier alfabeto.
Del salón al laboratorio: la hipótesis puesta a prueba
Todo buen descubridor busca validación, y Bacon no fue la excepción. Tras su hallazgo, compartió sus observaciones y teorías con varios expertos universitarios en arqueología. El objetivo era claro:
- Despejar dudas sobre el significado real de estas marcas
- Contribuir al avance de los conocimientos sobre el arte rupestre europeo
Cabe recordar que hace 150 años, cuando estas pinturas fueron descubiertas, los arqueólogos pensaban que tales símbolos solo servían para contar animales observados o cazados. Pero las nuevas generaciones de especialistas, consultadas por Bacon, no descartaron la propuesta: la compleja relación entre ser humano y su entorno requería sistemas para monitorizar temporadas cruciales, especialmente en el Paleolítico, cuando conocer los periodos de migración y de cría de los animales era literalmente una cuestión de vida o muerte.
Según Tony Freeth, profesor del University College de Londres: “Los calendarios lunares son complicados, porque hay poco menos de doce meses lunares y medio en un año, así que no encajan perfectamente en el calendario anual”. De ahí que las marcas identificadas no representen un calendario anual, sino un registro por estaciones, una herramienta para coordinar la vida nómada y cazadora de la época.
Un antes y un después en la visión de la prehistoria
La propuesta de Bacon, difundida ya en la comunidad científica, implica que nuestros antepasados tenían no solo arte, sino también una notable capacidad para sintetizar y registrar información esencial sobre su entorno natural. Si la hipótesis se confirma, podría cambiar la manera en que entendemos la sofisticación y la organización social de aquellos grupos humanos que, entre caza y recolección, se tomaban el tiempo de anotar –con piedra y en piedra– los ritmos de la naturaleza.
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Esta revelación es un recordatorio concreto de la importancia de mirar dos veces, con curiosidad y detalle, lo que otros pueden pasar por alto. Y también de la fuerza de la colaboración interdisciplinaria para ampliar nuestros horizontes: cualquier persona, sea o no del “gremio”, puede algún día (y casi sin proponérselo) contribuir a reescribir la gran novela de la humanidad.
En definitiva, la historia de Bennett Bacon demuestra que el conocimiento puede estar en cualquier esquina, a la vuelta de la rutina y, a veces, en el fondo de una cueva. Así que, la próxima vez que mires una imagen antigua, presta atención: tal vez hay un secreto esperando a ser descifrado… por ti.
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Manuel Sánchez es un periodista curioso por naturaleza, especializado en historias insólitas, datos sorprendentes y esas noticias que pocos se atreven a contar. Explora lo extraño, lo viral y lo inesperado con una mirada aguda y entretenida. Con estilo dinámico y siempre bien informado, le descubre los hechos más comentados… antes de que se hagan virales.
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