Hace 2.500 años, Anaxágoras determinó correctamente que la rocosa luna reflejaba la luz del sol, y consiguió explicar las fases lunares y los eclipses
Cerca del polo norte de la luna se encuentra el cráter Anaxágoras, llamado así por un filósofo griego que vivió en el siglo V a.C. El epónimo es apropiado, ya que fue una de las primeras personas en la historia en sugerir que la luna era un cuerpo rocoso no muy diferente de la Tierra.
Como Platón, el erudito Anaxágoras hizo la mayor parte de sus trabajos en Atenas, pero las similitudes entre los dos hombres terminan ahí. Influenciado fuertemente por los pitagóricos, Platón postuló un universo místico basado en formas geométricas sagradas, incluyendo órbitas perfectamente circulares y obvió la observación y la experimentación, prefiriendo perseguir un conocimiento puro que creía que era innato en todos los humanos. Pero Anaxágoras, que murió en la época en que nació Platón, tenía un don para la astronomía, un área de estudio que requiere una observación y un cálculo cuidadosos para descubrir los misterios del universo.
Durante su estancia en Atenas, Anaxágoras hizo varios descubrimientos fundamentales sobre la luna. Se dedicó a una idea que probablemente surgió entre sus predecesores pero que no fue aceptada en la antigüedad: que la luna y el sol no eran dioses, sino objetos celestes. Esta creencia aparentemente inocua resultaría en última instancia en el arresto y el exilio de Anaxágoras.
Describir las vidas de los primeros filósofos como Anaxágoras, de quien se cree que escribió un solo libro, perdido para nosotros hoy, es un gran desafío para los historiadores. Los estudiosos modernos sólo tienen «fragmentos» para describir su vida: breves citas de sus enseñanzas y concisos resúmenes de sus ideas, que se citan en las obras de estudiosos de generaciones posteriores, como Platón o Aristóteles.
A través de la observación persistente, Anaxágoras llegó a creer que la luna era una roca, no totalmente diferente a la Tierra, e incluso describió montañas en la superficie lunar. El sol, pensó, era una roca ardiente. En el llamado «fragmento 18», Anaxágoras dice: «Es el sol el que ilumina la luna». Si bien no fue el primero en darse cuenta de que la luz de la luna es la luz reflejada del sol, pudo utilizar este concepto para explicar correctamente fenómenos naturales adicionales, como los eclipses y las fases lunares.
Anaxágoras creció durante la Ilustración ateniense, una revolución intelectual que comenzó alrededor del 600 a.C. Cuando se trasladó a Atenas, él y sus contemporáneos llevaron la filosofía a la incipiente democracia ateniense. Aunque muchos filósofos griegos de los siglos VI y V a.C. creían en uno o unos pocos elementos fundamentales, como el agua, el aire, el fuego y la tierra, nuestro protagonista pensaba que debía haber un número infinito de elementos. Esta idea fue su manera de resolver una disputa intelectual sobre la naturaleza de la existencia que había surgido entre los filósofos de mentalidad naturalista de Jonia al este y los filósofos de mentalidad mística al oeste, en la Italia colonizada por los griegos, como Pitágoras y su seguidores.
Anaxágoras se dio cuenta de que las fases de la luna eran el resultado de que diferentes partes del objeto celeste estaban iluminadas por el sol desde la perspectiva de la Tierra. El filósofo también se dio cuenta de que el oscurecimiento ocasional de la luna debía ser el resultado de que la luna, el sol y la Tierra se alineaban de manera que la luna pasaba a la sombra de la Tierra: un eclipse lunar. Cuando la luna pasaba directamente frente al sol, los cielos se oscurecían durante el día, fenómeno que también describió Anaxágoras y que ahora llamamos eclipse solar.
También luchó con los orígenes y la formación de la luna, un misterio que aún hoy desafía a los científicos. El filósofo propuso que la luna era una gran roca que la Tierra primitiva había arrojado al espacio. Este concepto anticipó un escenario para el origen de la luna que el físico George Darwin, hijo de Charles Darwin, propondría 23 siglos después. Conocida como la hipótesis de la fisión, la idea de Darwin era que la luna fue lanzada al espacio por la rápida rotación de la Tierra, dejando atrás la cuenca del Pacífico. (Hoy en día, muchos astrónomos creen que un cuerpo del tamaño de Marte se estrelló contra la Tierra primitiva, expulsando material que luego se fusionó en la Luna, aunque existen otras teorías sobre el origen de nuestro satélite natural).
Al describir la luna como una roca de origen terrestre y el sol como una roca ardiente, Anaxágoras fue más allá de los pensadores anteriores, incluso de aquellos que se dieron cuenta de que la luna era una especie de reflector. Este pensamiento avanzado hizo que Anaxágoras fuera etiquetado como un negacionista principal de la idea de que la luna y el sol eran deidades.
Tal idea debería haber sido bienvenida en la Atenas democrática, pero Anaxágoras era maestro y amigo del influyente estadista Pericles, y las facciones políticas pronto conspirarían contra él. En el poder durante más de 30 años, Pericles conduciría a Atenas a las guerras del Peloponeso contra Esparta. Si bien las causas exactas de estos conflictos son un tema de debate, los oponentes políticos de Pericles en los años previos a las guerras lo culparon de agresión excesiva y arrogancia. Incapaces de herir directamente al líder ateniense, los enemigos de Pericles fueron tras sus amigos. Anaxágoras fue arrestado, juzgado y condenado a muerte, aparentemente por violar las leyes de impiedad mientras promovía sus ideas sobre la luna y el sol.
Aún con cierta influencia política, Pericles pudo liberar a Anaxágoras y evitar su ejecución. Aunque le salvó la vida, el filósofo que cuestionó la divinidad de la luna se tuvo que exiliar en Lampsaco, al borde de los Dardanelos. Pero sus ideas con respecto a los eclipses y las fases lunares persisten hasta el día de hoy, y para su reconocimiento de la verdadera naturaleza de la luna, un cráter lunar, visitado por una nave espacial en órbita unos 2.400 años después, lleva el nombre de Anaxágoras.