Ángel Sanz-Briz, justo entre las Naciones
Ángel Sanz-Briz, el diplomático que representaba a la España de Franco, y su cómplice, un fascista italiano, se convirtieron en héroes inesperados salvando miles de vidas en medio del horror que se vivía en la capital húngara durante la II Guerra Mundial.
En el otoño de 1944, el destino de los judíos de Budapest estaba pendiente de un hilo. Seis meses antes, los alemanes habían ocupado Hungría, llevando consigo la sombría maquinaria de la Solución Final. En pocas semanas, Adolf Eichmann, uno de los principales arquitectos del Holocausto, había supervisado la deportación a Auschwitz de 437.000 judíos húngaros de las zonas rurales.
Mientras la sombra de Eichmann se cernía después sobre los 150.000 judíos de la capital, llegaron a Occidente informes de cuatro fugitivos de un campo de concentración, con la confirmación de que los nazis estaban asesinando a los húngaros que habían deportado. Bajo presión del Vaticano, Suecia y la Cruz Roja, el líder húngaro, el almirante Miklós Horthy, ordenó a los alemanes detener las deportaciones. Frustrado, Eichmann salió de Hungría.
Para los judíos de Budapest el respiro fue temporal. En octubre, Horthy fue derrocado, el fascismo retomó el poder y Eichmann regresó a la ciudad. Comenzaron las ejecuciones de judíos a orillas del Danubio, y otros miles fueron obligados por los alemanes a dirigirse hacia el oeste, en las famosas «marchas de la muerte».
Para muchos, ya era demasiado tarde. Para los demás, al carecer de protección oficial, la ayuda del clero y los diplomáticos extranjeros determinarían su supervivencia. Los estados neutrales que todavía tenían representación diplomática en Hungría, como Suecia y Suiza, podrían ofrecer ayuda y así lo hicieron.
Pocos, sin embargo, pusieron mucha fe en España. A pesar de su «neutralidad», el apoyo del general Franco a los alemanes, que le habían ayudado a alcanzar el poder en la guerra civil, apenas se ocultaba y su falta de simpatía por las víctimas era demasiado evidente. Al llegar al poder, Franco había prohibido la entrada de judíos a España (aunque más tarde hizo la vista gorda a los que cruzaron los Pirineos, siempre y cuando utilizaran el país sólo como una ruta de tránsito a Portugal).
Pero, cuando peor se pusieron las coas en Hungría, un héroe español surgió. A diferencia de Oskar Schindler, la historia de Ángel Sanz-Briz no ha recibido el mismo tratamiento en Hollywood. Pero el ‘Schindler español’ fue responsable de salvar la vida a más de 5.000 judíos de Budapest.
Como hemos dicho, Ángel Sanz-Briz fue un héroe inesperado. Un partidario de Franco que se había alistado en el ejército nacionalista durante la guerra civil, y que era el representante español en Budapest. Giorgio Perlasca, su cómplice, era un fascista italiano que se había ofrecido a luchar por Franco, habiendo servido previamente en la invasión de Mussolini en Abisinia.
Ante lo que veía, Sanz-Briz decidió actuar. Se unió a los diplomáticos suecos, suizos y portugueses en la firma de una fuerte protesta organizada por el Nuncio Papal contra la deportación de judíos. Las instrucciones de Madrid pidiendo un enfoque menos agresivo llegaron demasiado tarde para contenerlo.
Emitió 200 pasaportes y alrededor de 1.500 visas de tránsito. A los que no podían escapar al extranjero, el diplomático les ofreció 1.900 documentos oficiales de la embajada, que les proporcionaban protección del gobierno español.
Tal protección requería algo más que un trozo de papel, por lo que Sanz-Briz empezó a alquilar casas y apartamentos para colocar a los judíos que había rescatado. Con la bandera española ondeando sobre los edificios y un cartel que rezaba: ‘Edificios pertenecientes a la Embajada de España’, estas propiedades ofrecieron refugios seguros. Entre los protegidos se encontraban también 500 niños judíos.
Los edificios estaban abarrotados, con gente viviendo en las escaleras. Algunos pisos albergaban a 50 personas, con hasta 28 personas viviendo en una habitación individual. Pero mejor era eso, que morir.
Pero como bien sabía Sanz-Briz, estaba practicando un juego muy peligroso. El número de judíos a los que había ofrecido protección superaba con creces la cuota de «judíos españoles» negociada con las autoridades húngaras. Sanz-Briz había intentado burlarlos con un simple truco: convertir el número acordado de personas en unidades familiares y luego, como explicó más tarde, «multiplicarlo» indefinidamente, sin nunca emitir un pasaporte o documento español con un número de referencia superior a la cifra acordada, un ardid alegal.
Como era de esperar, se levantaron sospechas y los edificios bajo la autoridad española fueron objeto de redadas por las milicias húngaras. Cuando fueron allanados, Sanz-Briz se presentó allí para protestar. Por lo general, se salía con la suya. En otras ocasiones, si llegaba demasiado tarde, conducía hasta la frontera austriaca en un intento por interceptar a los judíos que eran deportados. «¿Alguien de vosotros tiene algo que ver con España?», preguntaba. Aquel que tuviera la capacidad de hablar unas cuantas palabras en español le valía para deshacer el camino.
A medida que el terror ascendía, Giorgio Perlasca, que había pasado gran parte de la guerra como representante de una compañía de carne que compraba comida para el ejército italiano, pero que ahora estaba en problemas, decidió utilizar el hecho de que había luchado por Franco para ganar un Pasaporte español. Encontró la embajada española sitiada por los judíos pidiendo ayuda e inmediatamente se ofreció a ayudar. Sanz-Briz lo puso a cargo de las casas de alojamiento españolas. Sus visitas diarias ayudaron a afirmar la autoridad de España sobre los edificios.
El papel de Perlasca fue crucial cuando el Ejército Rojo avanzaba hacia Budapest a finales de 1944, y se ordenó a Sanz-Briz que regresara a casa. El italiano regresó a la embajada haciéndose llamar Jorge, y convenció a los húngaros de que era el nuevo responsable de la delegación. «Si no hubiera dicho eso, se los habrían llevado a todos», contó después, y negó que hubiese hecho algo heroico, «todo lo que hice fue contarles un puñado de mentiras».
Con Budapest sumida en la anarquía, esas «mentiras» -y el continuo esfuerzo de Perlasca representó la diferencia entre la vida y la muerte de muchos judíos.
Sanz-Briz, que reanudó su carrera diplomática después de la guerra, no vivió para ver sus acciones reconocidas en 1990. Pero los judíos de la capital húngara no necesitaban una película de Hollywood para reconocer el heroísmo de «El ángel de Budapest».
Un ángel, efectivamente.
Como era español, la propaganda de los vencedores no le hizo justicia, como no hicieron justicia a los de la 9 que liberaron París.
Saludos.
Por ejemplo, por citar otro caso. Héroes y heroínas en la sombra olvidados no por la historia, sino por como han contado la historia.
Saludos, Cayetano