Una vida apasionante, convulsa, una leyenda de la I Guerra Mundial. Matahari dijo “los sueños son plata, pero mis memorias son oro puro” y es que a todos conoció y todos la amaron.
En 1876 nace Margaretha Geertruida en Holanda. Tuvo una infancia feliz y una buena educación para lo que se acostumbraba a dar a una niña en ese último tercio del sigo XIX. Era hija de un empresario fabricante de sombreros. Tenía unas medidas perfectas, era una adolescente adorable…
Con 19 años su padre decide casarla con un oficial holandés al que la chiquilla apenas conocía pero era un buen partido para su niña. Y aquí empezó su gran aventura… En 1897, ya se encuentra en la Isla de Java (colonia holandesa) dispuesta a la aventura, al contacto con lo exótico, con la jungla, con las danzas ancestrales del amor y, empezó a despertarse en ella la atracción por la sensualidad, algo desconocido hasta entonces por ella.
En 1902 la relación con su esposo estaba sumamente deteriorada y, en 1903 regresan a Holanda y al poco se divorció. En 1905, con 29 años, llega a París a establecerse y se presenta como una sensual bailarina llamada MataHari (la hija del sol) y todas las salas se disputaban su belleza. Nadie dudaba de que MataHari era javanesa. Bailaba hasta el éxtasis, con giros y contorsiones que hacían palidecer a los hombres de la alta sociedad parisina. Se iba quitando la ropa poco a poco, con mucha lentitud, y, en algunas ocasiones quedaba desnuda del todo provocando el alboroto general.
Y comenzó a subyugar también a Europa, viajando por Londres, Madrid, Viena…, y, así anduvo hasta que comenzó la I Guerra Mundial. En 1914 tenía 38 años y tuvo la suerte de que Alemania considero a Holanda país neutral por lo que tenía cierta libertad de movimiento para seguir danzando en las zonas sin trincheras.
Fue su gran momento de esplendor. Marqueses, duques, oficiales de alto rango, gobernantes… todos querían estar con ella y la cubrían de lujo y joyas. A ninguno quiso pero de todos se aprovechó…
Y cierto día en La Haya, oficiales alemanes se acercaron a ella con el propósito firme de que sirviera a sus intereses como espía, y ella accedió. Empezó a pasar datos… pero los franceses y los británicos también se fijaron en ella y le pidieron que pasara informes secretos, y ella accedió de nuevo.
Y empezó a trabajar para los aliados y para las potencias centrales, iba de un lado para otro creyéndose invulnerable y poderosa, siempre acompañada de sus joyas y de su extenso vestuario.
Pero a finales de Octubre de 1916 llega una fecha fatídica para MataHari. Llega a Madrid, se aloja en el Palas y actúa para la alta sociedad madrileña… pero, en esos días el enviado especial francés en España recibe una nota de los servicios secretos de su país: “hay una espía de nombre en clave H21, que creemos que es MataHari que creemos que ha traicionado al servicio de inteligencia francés pasando documentación a los alemanes. Debe estar muy pendiente y confirmar la identidad de H21…”.
Según los datos del gobierno francés, si MataHari, desde Madrid viajaba a Berlín, no habría motivos para sospechar de ella pero, si iba directamente a París, esto significaba que ella era la identidad secreta. Tanto franceses como británicos estaban muy pendientes de su próximo movimiento.
Recibió un telegrama (posiblemente falso, para cazarla) en el que se le decía que debía ir a París y, ella, picó el anzuelo y allí que se fue. El 13 de Febrero de 1917 era detenida en París, y ella confusa por lo que le había ocurrido empezó a mandar cartas de auxilio a todos aquellos que la habían amado, que le habían prometido amor eterno, a todos los que la quisieron… Ninguno respondió, todos la abandonaron.
Fue sometida a un juicio sumarísimo por traición, ya con 40 años, pero en el fondo ella pensaba que no le podía pasar nada, que todo se solucionaría. Pero fue condenada a muerte… 18 de Octubre de 1917, el último día de MataHari. Dormía plácidamente en su celda cuando entro el capellán acompañado de dos monjas y un oficial. Ella preguntó que es lo que ocurría, y, le dieron la noticia, había llegado la hora… Se levantó, se puso sus finísimas medias de seda negra, sus zapatillas con lazos de seda, un abrigo, un sombrero de fieltro negro y el pelo recogido en trenzas…
Le preguntaron si quería que le tapasen los ojos, a lo que ella contestó que no, quería mirar a la muerte de cara. Su rostro estaba lívido, pero aguantó serenamente. Carguen, apunten y fuego… Todo acabó. Murió la diosa del amor…
Cuenta la leyenda que fueron 12 soldados los encargados de disparar contra ella, pero que algunos no pudieron apretar el gatillo, fueron incapaces de hacerlo.
Todos la quisieron poseer como la más fina de sus joyas, pero lo triste es que al final todos la abandonaron…