¿Qué personaje histórico tuvo el mayor funeral público?
Hace veinte años, el 6 de septiembre de 1997, un ataúd fue conducido por las calles de Londres en la parte trasera de un carruaje. Dentro estaban los restos mortales de Diana, princesa de Gales, que había muerto en un accidente de coche siete días antes. El funeral siguió el estricto protocolo real, pero lo que no estaba previsto era el asombroso tamaño de la multitud que inundó las calles, plazas y parques de Londres. Se estimó que más de un millón de personas fueron testigos de la procesión funebre. Fue una de las mayores multitudes que se vieron en Inglaterra desde la II Guerra Mundial.
Esta tradición de comitivas fúnebres masivas se remonta a la época victoriana -hablamos siempre de la historia contemporánea-, y comenzó con la muerte en 1852 del duque de Wellington. El que derrotara a Napoleón declaró en su testamento que su cuerpo quedaría «a disposición de su Soberana». Así, a su muerte, la reina Victoria declaró que su funeral debería ser un evento sin precedentes y propio tanto de la grandeza de la formidable carrera militar del Duque como del Imperio Británico.
El funeral tardó dos meses en prepararse, mientras el cuerpo de Wellington fue embalsamado y sellado dentro de cuatro ataúdes. El día del funeral, 12 caballos negros con tocados de plumas de avestruz negros tiraban de un enorme carro funerario de bronce adornado con lanzas, cascos y armas por las calles de Londres. Diez mil personas iban tras él -algunos eran necesarias para ayudar a empujar el coche fúnebre cuando se quedaba atascado en el barro- y la audiencia total durante el recorrido se estima en más de 1,5 millones de personas, muchas llegadas gracias a las nuevas líneas ferroviarias que ahora conectaban la ciudad con el resto del país.
El funeral del duque de Wellington, que fue cubierto por la prensa internacional, sentó el precedente de las grandes exequias que vendrían años después. Se convirtieron en acontecimientos de enormes gastos, generalmente organizados por el Estado, y sirvieron para fines duales, tanto como actos de luto y manifestaciones de solidaridad como de unidad nacional. El avance del ferrocarril ayudó a la masificación de estos eventos.
Este último factor fue de suma importancia al otro lado del Atlántico, tras la muerte del presidente Abraham Lincoln en 1865. Cuando el cuerpo de Lincoln fue transportado en tren desde Washington a Illinois se convirtió en una procesión fúnebre de facto , viajando por Pennsylvania, Nueva York, Ohio, Indiana e Illinois en un viaje de dos semanas durante el cual más de 7 millones de personas le presentaron sus respetos. En lugar de que la gente se dirigiera al «cuerpo», el «cuerpo fue al pueblo».
Además de la realeza y los políticos, las figuras religiosas inevitablemente atraen a algunas de las mayores multitudes a sus funerales. Tras la muerte del ayatolá Jomeini en 1989, se estima que cerca de 10 millones de personas coparon la ruta de 30km al cementerio -1/6 de la población de Irán, la mayor proporción de una población que asistió a una procesión fúnebre de la historia- y 3,5 millones de personas asistieron al entierro. Tal devoción pública, sin embargo, causó problemas. Durante el funeral, la muchedumbre de dolientes rodeó el sencillo ataúd de madera que sostenía el cuerpo del ayatolá. Mientras miles de manos trataban de tocar el sudario, el ataúd cayó y el cuerpo cayó al suelo. Finalmente, guardias armados dispararon tiros de aviso para dispersar a los enajenados y fue colocado en un helicóptero a fin de ser enterrado otro día. Los dolientes también se aferraron al tren de aterrizaje del helicóptero cuando despegó…
El funeral del Papa Juan Pablo II también fue una manifestación de duelo multitudinaria. Cuatro millones de almas se apiñaron en Roma, incluyendo la mayor reunión de jefes de Estado fuera de las Naciones Unidas, con cuatro reyes, cinco reinas, y setenta presidentes y primeros ministros mostrando sus condolencias.
Pero más allá de políticos, militares o religiosos, también otros personajes han gozado de funerales públicos masivos. Cuando el novelista francés Victor Hugo murió en 1885, más de 2 millones de personas acompañaron el cortejo fúnebre del Arco del Triunfo al Panteón, lo que era más que la población ordinaria de París. Aunque el autor de Los Miserables y El jorobado de Notre-Dame había querido ser enterrado en una caja simple y austera, todo alrededor de él fue magnífico. Estaba cubierto de tela negra y rodeado de soldados a caballo portando antorchas. Durante la procesión el ataúd fue precedido por 11 carruajes de flores. La gran mayoría de la muchedumbre eran trabajadores y granjeros, los más desfavorecidos que el propio Victor Hugo había defendido en vida, e incluso las prostitutas de París se tomaron el día de descanso. El Chicago Tribune lo calificó de «uno de los funerales más notables de la historia del mundo», aunque el filósofo Friedrih Nietzsche dijo que fue «una orgía de mal gusto y autoadmiración».
Desde la muerte de Victor Hugo, las celebridades, especialmente las que mueren jóvenes, han sido homenajeadas con funerales enormes. Cuando Ayrton Senna, piloto brasileño de Fórmula Uno, murió en un accidente en 1994, fue considerado una tragedia nacional y el gobierno brasileño declaró tres días de luto en todo el país. Se calcula que 3 millones de personas le acompañaron por las calles de su ciudad natal, Sao Paulo.
Sin embargo, la mayor procesión fúnebre de la historia fue para un hombre poco conocido fuera de su país de origen. A su muerte en 1969, CN Annadurai era el primer ministro de Tamil Nadu, un estado en el sur de la India. Cuando murió se estima que 15 millones de personas salieron a las calles para ver el cuerpo.
Aunque tal multitud es sorprendente, son tantos en la India que no es de extrañar. Después de todo, la India acoge la peregrinación de Kumbhamela, que atrae a unos 30 millones de peregrinos cada vez que se celebra, la mayor reunión de personas en el mundo.
Referencias: History, George Pendle Imágenes: Getty Images
Tras la muerte, todos somos iguales. Lo del derroche y la pompa ya es cosa de los delirios de grandeza de cada uno o del público morboso que acude en masa a ciertas inhumaciones.
Un saludo, Félix.
Y otros grandes hombres y mujeres de la historia fueron enterrados casi en el anonimato… Al mío vienen cuatro 😉
Un saludo, Cayetano
Dignas de estudiar estas multitudes,el o la muert@ no los ven,en fin,saludos
El muerto no se entera, Fiaris… Un saludo!