La fotografía post-mortem se generalizó en Europa y América durante el siglo XIX. La práctica de fotografiar a los familiares después de la muerte comenzó a extenderse a raíz de que en la década de 1860 el precio bajara, y por ende, estaba al alcance de más personas en aquella época.
La realización de un retrato era una ocasión memorable. Era una expresión de identidad y de valía individual. Se valoraba sobre todo en América, una nación en proceso de autodefinición, y en el que el individualismo era visto como un rasgo nacional. Una fotografía post-mortem, que representaba la pérdida de una persona, tenía un valor más allá de un retrato normal.
Como es de suponer, la fotografía post-mortem era más cara que un retrato común. Y los fotógrafos, al igual que otros empresarios, cobraban un elevado precio por algo muy deseado por sus clientes. Así pues, aquellas imágenes solían conllevar un gran sacrificio económico.
Esta práctica tenía ya sus antecedentes en la pintura, pues ya en el siglo XVI era algo común pintar al fallecido, por lo general un clérigo o una monja, ya fuese acostado o sentado.
El escenario solía estar en consonancia con los últimos recuerdos de los fallecidos, y la práctica habitual era presentarlos como si estuvieran dormidos. Era un recurso llamémosle sentimental, puesto que “mantener” la presencia del ser querido en postura dormida, hacía pensar en los sueños y fantasías de sus queridos que no estaba muerto del todo, y que quizás podria despertar algun dia metafóricamente hablando… Nos suele ocurrir que el recurso de la negación frente a la pérdida de un ser querido es al fin y al cabo una respuesta comprensible.
En la mayoría de los casos, el fotógrafo llegaba después de la preparación del cuerpo. En la primera mitad del siglo, esto habría sido hecho por la familia, especialmente en las zonas rurales. Los preparativos eran generalmente sencillos. A finales del siglo, esta labor ya sería asumida por las empresas de Pompas fúnebres: los preparativos, el ataúd , y la presentación del cuerpo se volvieron más elaborados y profesionales.
El alto número de fotografías de niños muertos era fiel reflejo de la tasa de mortalidad infantil que hubo en todo ese siglo. Se convirtió en una ayuda emocional para los padres para hacer frente a la pérdida de un hijo. Unas letras sin firma, publicadas en 1880 podrían describir una fotografía post mortem: “Mira su bonita cara un solo momento, su vestido, sus delicados zapatos, su juguete favorito en la mano…” Estas fotografías solían ser los únicos retratos de un niño. En los primeros años de la fotografía, lo mismo ocurría con las imágenes post-mortem; para muchas de las personas mayores también era su primer y único retrato.
Habrá opiniones diversas sobre la conveniencia o el morbo de estas fotografías, pero cabe recordar que en la época victoriana los usos y costumbres eran bien diferentes. Hay que quitarle esa aureola de dramatismo a la muerte que inunda el mundo occidental. En muchas culturas, era y es, un paso más en el trayecto vital de una persona, como les ocurría a los celtas; eran parte de la naturaleza y a la naturaleza volvían.
El día de tu muerte sucederá que lo que tú posees en este mundo pasará a manos de otra persona. pero lo que tú eres será tuyo por siempre.
La fuente de todas las miserias para el hombre no es la muerte, sino el miedo a la muerte.
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No lo había oido nunca, cuando veo las fotos sólo se me ocurre que debía pensar la persona que viva que estaba al lado del muerto.