Henri Toulouse Lautrec

Aquel amigo de los impresionistas, que huyó del para entrar de lleno en el modernismo, para ser paradigma del Art Nouveau, para descuadrar, cuando encuadraba perfectamente. Sus pinturas eran auténticas fotografías, en las cuales plasmaba la realidad social de un París exuberante. Estamos a finales del siglo XIX. Es el momento de Vicent y de otros de su generación. Pero también había llegado el momento para él.
Vivió muy pocos años, pero eso sí, de febril actividad. Inmenso talento, lucidez visionaria. Si hoy en día hacemos una encuesta a la población y le preguntamos ¿Por favor, me puede usted dar una lista de los pintores más celebres de la Historia?. Pues seguro que aparecerían Leonardo Da Vinci, Velázquez, Van Gogh, Picasso…., y sobre todo Tolouse Lautrec. Uno de los pintores más conocidos, más populares. Rompió esquemas, rompió normas y desconcertó a la jerarquía pictórica, a los que imponían reglas y normas. Él huyó de todo eso y creó su propio estilo.
Y es que Tolouse Lautrec pintaba dibujando. Era un gran dibujante. Pero a pesar de lo mal que lo pasó, a pesar de su deformidad, a pesar de sus traumas internos, a pesar de esa huida constante hacia delante, Lautrec fue un personaje fuerte. En contra de cómo nos lo ha presentado el cine, que lo ha mostrado como muy vehemente, como alcohólico (que lo era), pero siempre nos lo han presentado como un personaje sombrío, gris, amargado, cínico, irónico, ácido. Pues no, era todo lo contrario. Era optimista, tenía una alegría por la vida, alegría de vivir. Superaba toda esa Leyenda negra que siempre giró en torno a él.
Siempre bien vestido, de fortuna abundante que venía de su familia, aunque de su familia vino todo, vino la fortuna y vino la desgracia. Porque su cuerpo quebradizo, frágil, endeble fue una consecuencia de los cruces dinásticos, de esos linajes de la rancia nobleza europea. Sus padres venían de dos familias muy cercanas. De hecho eran primos hermanos. Los Condes de Toulouse y los Vizcondes de Lautrec, esa fatídica unión de ambas familias provocó en él esa poca fuerza que tenía y que se iba apagando con el paso de los años…

Nos encontramos en Albi (antiguo territorio de los Cátaros) el 24 de noviembre de 1864. Un niño menudo que tiene una fragilidad extrema en sus huesos. Tiene un cuerpo que literalmente “se le cae”, no le soporta. Es un niño que no termina de crecer adecuadamente, y que en consecuencia tiene la sobreprotección de su madre Adèle, que le cuida, que le mima, que le quiere, que le protege, que le enseña nobles artes, y también le introduce en el mundo de la Filosofía, de la Geografía, de la Historia. Y así va creciendo el pequeño Henri, creciendo más por dentro que por fuera…

Su infancia es feliz, en Chateau du Bosc corretea, tiene sus primeros amigos, sus primeros juegos, todos hablan de él como un niño feliz, a pesar de su menudo cuerpo. En 1873, la familia viaja a París, y el niño es inscrito en el Liceo, y allí destaca como alumno, y empieza a mostrar su afición por el dibujo, y la madre lo fomenta. Cuando tiene 13 años, ya ha pintado su primer cuadro, Artilleros a Caballo. Pero en 1878 llega la fatalidad. Ese mal heredado de la familia, la consanguinidad… el niño resbala, se cae de una silla y se rompe el fémur izquierdo. La recuperación es lamentable, desastrosa, el fémur no termina de soldar. El niño anda con muletas, el niño está triste, y lo está pasando realmente mal porque no puede seguir el ritmo de sus amigos. Cuando por fin empieza a ver un halo de esperanza, al año siguiente resbala, se vuelve a caer, y se parte el otro fémur. Los médicos lo intentan todo, la familia gasta una enorme fortuna en intentar recuperar la salud de Henri, pero todo es  imposible, nada hace ver que se pueda recuperar. Los médicos dictaminan “Quedará lisiado de por vida”. El niño sufre toda suerte de experimentaciones, corrientes eléctricas, incluso le cuelgan del techo y en sus pies colocan unos plomos. Y el niño lo sufre todo sin proferir un solo lamento, sin quejarse. Toulouse Lautrec nunca se quejó a lo largo de su vida. Siempre con su mirada lánguida, soportando el dolor, la desidia, el insulto de aquellos que le veían como un ser deforme (Quasimodo le llamaban).

Cuando tiene 16 años, pinta su primer autorretrato, y se pinta a si mismo sentado en una mesa, ocultando sus piernas. Eso sí, en la mesa se pueden ver toda suerte de objetos, que tienen la misión de distraer la atención de aquel que mira el cuadro. En 1882, la madre decide que Henri se instale en París, ya que quiere ser pintor, había encontrado su vocación. Y París está viviendo un momento esplendoroso. Los mejores estaban allí (aunque en ese momento ni siquiera ellos mismos lo sabían). Se inscribe en un taller.  Su maestro Bonnat dijo de él “Pinta de manera horrible, no sabe dibujar, nunca llegará a nada…”. En 1884 Henri monta su primer taller pictórico, ha comenzado su carrera, y París será la modelo. Observa las calles, la actividad, el populacho, la gente que pasea por las calles de la ciudad Luz, la luminosa París. Esa es su casa, y allí se encuentra muy cómodo. Todos le miran, pero él aprovecha para mirar a todos…

Los dibujos llegan, se amontonan en su cuarto. Vive en Montmartre, y tiene un vecino muy curioso, Degas. Frente a su apartamento, hay otro pintor que intenta abrirse camino, tiene un nombre raro, se llama Vicent Van Gogh, y al parecer viene de los Países bajos. Y se hacen buenos amigos, y comparten experiencias. Pero Henri empieza a perfilar su estilo, ya hemos dicho que era un gran dibujante, pero es que lo hacía todo muy rápido, tenía una memoria fotográfica. Empieza a encuadrar como si fuera un fotógrafo, y empieza a buscar los ambientes marginales de París. El Folies Bergère, el , el Moulin de la Galette…, los prostíbulos, los Café Teatro, los ambientes sórdidos, son su nuevo hogar.

Y en estos sitios se encuentra con personajes sumamente curiosos, bailarines, actores, actrices, gentes de baja ralea, gentes de alta alcurnia que pasan por malos momentos, y las prostitutas, su gran obsesión. Rompe normas cuando empieza a utilizar a prostitutas como modelos. Los dueños de estos cabarets empiezan a encargarle dibujos para utilizarlos como reclamo en la puerta de sus locales. Él bebía hasta la saciedad en todos estos locales hasta que cerraban. Pero aquellos carteles se convierten rápidamente en el paradigma del Art Nouveau, y se hace conocidísimo en París, en los ambientes bajos y en los altos.

Desde luego que fue un pintor que tuvo reconocimiento en vida. En su obra podemos ver a prostitutas, actrices, payasos, en fin, todo lo que tuviera que ver con el espectáculo y las variedades. Pero tiene un serio problema con la bebida, bebe de todo, y en ocasiones mezcla tantas bebidas que acaba loco, delirando. Le gustaba mucho el Champagne, le gustaba el Cognac, y sobre todo la Absenta (68º), y esto último se lo bebía como si fuera agua. Ya desde los años 80, es un alcohólico empedernido, pero a final de esa década ya ha conseguido su estilo propio. Tiene cuadros preciosos, como Amazona, y se convierte en la vanguardia del modernismo. En un momento dado llega a decir que “los que pintan paisajes son totalmente imbéciles, que realmente lo que importa es el paisanaje, la figura humana, ser cronista social…”. Y efectivamente, sus trabajos se convierten en un testimonio fidedigno del París de finales del siglo XIX.
La enfermedad empieza a hacer mella en su cuerpo, ya que la sífilis se había instalado en él (demasiada actividad en los prostíbulos). En la década de los 90, siendo ya un pintor consagrado, viaja a Londres, y se junta con uno parecido a él, Oscar Wilde. Y a este le hizo un retrato que algunos dicen que es un retrato cumbre. Lo presenta tal y como era, patético, tremendo, ácido, dicen que fue el único que consiguió retratarlo bien. Esto fue en 1895. Pero llegaba la decadencia, no podía con su alma, por sus defectos físicos, y por sus agobios psíquicos. En 1897 le recogen en las calles, absolutamente alcoholizado. Dicen que en un delirium tremens vió arañas en las paredes, y empezó a disparar contra ellas. Todos empezaban a murmurar que se había vuelto loco, que estaba trastornado. Su obra, mientras tanto, se mantenía intacta, porque a pesar del alcoholismo todavía pintaba con trazo firme. Una simple mirada en un burdel, en un cabaret, en un teatro, era más que suficiente para que en ese mismo día pintara 2 o 3 cuadros. De nuevo, en 1899, le tienen que recoger porque está tremendamente afectado por el alcohol. Su madre le interna en un Psiquiátrico, y allí, para demostrar que no está loco, hace una colección de pinturas sobre el Circo. Pero ya era demasiado tarde para él.
Empezó el siglo XX, y Lautrec estaba a punto de terminar su vida. Tiene que volver a las antiguas posesiones familiares. Su madre le cuida, está pálido, dicen que con la piel color ceniza, barbudo, la mirada perdida, postrado en la cama. Estamos en la mañana del 9 de septiembre de 1901, tiene 36 años. Sobre el escritorio, su bastón (un bastón que había sido modificado para que la empuñadura sirviera como copa para beber…). Bebía a escondidas de su madre. Era como un niño, había vuelto a la infancia. Sufrió varias hemorragias cerebrales.
Su padre le mira desde el fondo de la sala, su madre abre las cortinas y contempla a su hijo yaciente. Le toma su pequeña mano, y las últimas palabras de Henri Toulouse fueron estas, “Mamá, tú, nadie más que tú”. Tras decir esto, murió posiblemente uno de los pintores más importantes de toda la Historia…Fuente: J.A. Cebrián – La rosa de los vientos
Félix Casanova: Administrador de HDNH, y apasionado de la historia

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  • Buen trabajo de documentación.
    Enhorabuena, todo lo que nos presentas es super interesante.
    Besos y gracias por tu presencia

  • Es una autentica gozada leerte. Por cierto, he dejado algo en mi blog que puede que te interese... a ver si te gusta.

    ¡¡Es que me tentáis!!, entre Chesana y tú, jajaja

    http://te-echodemenos.blogspot.com/

  • La gozada es mutua, querida Margot. Ya he pasado por tu blog y me has dejado boquiabierto, chata. Menuda lección. Besosssss

  • Es brillante aunque deforme, una vez más se cumple esta asociación..Es brillante porque su vida requirió un poco de aislamiento...Pero es la madre la auténtica base de este artista.No parece que fuera muy infeliz por lo que explicas y era un prolífico artista, pero esa autoestima vino de la pasión que sintió su madre por él.
    A mi me gusta Toulusse Lautrec, quizá porque ya no se concibe Paris sin la imagen de sus carteles, y cuadros , van siempre juntos...y yo adoro París!!
    Félix, tienes un premio a escritores para ti en mi blog.
    Besos

  • Hola, estimada Antonia. No fue, como dices, infeliz del todo, sobre todo en su infancia. Supero sus problemas físicos con determinación y el cariño de su madre, una constante en su vida y de otros grandes genios. Es verdad que Paris no se concibe sin sus carteles y cuadros, van siempre de la mano. Y es que supo retratar esa época como nadie.
    ¡Empiezo la semana con un premio¡ Menudo inicio. Muchisimas gracias, Antonia, aunque no creo que lo merezca, pero gustoso lo acepto. Besossss

  • Félix, tienes una forma de contar, de relatar, que engancha hasta el final. Conocía la historia de este pintor... pero aún así me ha sorprendido tu forma de exponerla, por la facilidad y el buen ritmo de las palabras. Se produce, leyéndote, un "no poder dejarlo hasta llegar al final"... y no bromeo.

    Gracias por los espléndidos ratos que me haces pasar aquí.

    Abrazo.

  • Chesana, viniendo de ti esas palabras son todo un halago para mi. Muchas gracias a ti por cada vez que pasas a visitarme. Abrazos y Besossss

  • Me encanta Toulouse Lautrec, buenisimo dibujante, valiente, dramatico y directo en su obra.

  • Ana Gonzalez...

    Compartimos gusto. Supo reflejar como nadie el París en el que vivió. Como bien dices, un genio como dibujante y valiente y dramático en su obra, pese a los complejos que pudiera albergar.

    Un abrazo.