Poderosos gladiadores, jornaleros, prostitutas, sirvientes y sirvientas domésticas o, incluso, narradores y maestros. ¿Qué podrían tener en común estos habitantes de una ciudad romana? Efectivamente, la gran mayoría de ellos eran esclavos.
En La Romapedia leemos: “El mundo antiguo tiene como base una economía de tipo esclavista, y Roma no iba a ser menos […] Pero la esclavitud no siempre era tan inhumana como puede parecer, y está llena de matices”.
De hecho, más o menos inhumana, la esclavitud ha formado parte de la historia de la humanidad hasta hace muy poco tiempo, por no hablar de situaciones que se siguen dando, lamentablemente, en la actualidad.
Pero volvamos a la Antigua Roma. Los esclavos o servi ocupaban la posición más baja de la escala social romana; una sociedad muy jerarquizada con clases y roles muy marcados y casi imposibles de romper. Pero si el esclavo ocupaba el peor lugar en la sociedad romana era, al mismo tiempo, un elemento imprescindible para su supervivencia.
Muchos autores hablan de ellos como de “la base de la economía romana”: su sistema productivo dependía en gran medida de ellos, hasta el punto que la esclavitud nunca fue abolida en Roma. En la mentalidad de la época era un hecho social y económicamente necesario y aceptable.
Las guerras y conquistas de la poderosa Roma era la fuente principal –aunque no la única- de esclavos para sus ciudadanos. En el apogeo del Imperio, el Mediterráneo, Europa, África y Asia proporcionaron mano de obra gratis para seguir construyendo y dominando el mundo antiguo.
Subasta pública
Tal como han reflejado numerosas películas y obras de ficción, los esclavos eran vendidos en subasta pública. En la página web Tarraconensis podemos leer: “Los esclavos eran expuestos sobre una tarima giratoria, catasta, y portaban colgado del cuello el titulus, donde se especificaba su procedencia, edad, habilidades y defectos”.
A veces, la compraventa se llevaba a cabo en tiendas o directamente de forma privada si la “mercancía” era muy valiosa. Como casi todo en Roma, la trata de esclavos estaba regulada por leyes y los Cuestores (funcionarios fiscales) vigilaban de cerca las transacciones. En incluso “existían empresas de servicios que alquilaban esclavos” (Tarraconensis).
En Roma, al contrario que en la sociedad griega, “el esclavo era una propiedad, un objeto sin derechos, del que se podía exigir cualquier cosa, desde el trabajo hasta el sexo” (La Romapedia).
Distinta suerte
Pero no todo estaba perdido en la vida de un esclavo. Su suerte dependía en gran medida del tipo de trabajo que se le asignaba. Y trabajos había muchos y muy variados. Estar perfectamente sano y ser robusto era casi una condena: muchos esclavos con estas características acababan trabajando en las minas bajo durísimas condiciones, o en la arena, como gladiadores. Un espectáculo sangriento y sin la pátina heroica que le han otorgado los relatos contemporáneos. Las mujeres condenadas a la prostitución tampoco tenían una vida fácil.
Los esclavos agrícolas tenían un poco más de suerte. Trabajaban duro en los campos romanos (ager) al servicio de los terratenientes propietarios de grandes villas y domus. El cultivo de cereales o la fabricación de aceite, vino o garum eran algunas de sus ocupaciones, además de mantener en orden la villa. Algunos de ellos, incluso, gracias a sus conocimientos y a la confianza del amo, llegaban a ocupar “cargos” importantes en la gestión de las tierras y los negocios de su dueño.
En la ciudad, la mayoría eran “esclavos domésticos”; igual que en el campo, los de más alta posición podían llevar las cuentas de la casa y administrarla mientras el dueño se dedicaba sus negocios. Pero la mayoría eran esclavos de “servicio”: mayordomos, cocineros, empleadas domésticas, enfermeros, peluqueros, costureras…
Salvo excepciones, los esclavos gozaban de una relativa libertad en las ciudades; sus quehaceres les obligaban a desplazarse y a negociar compras o transacciones domésticas. También podían vivir en pareja y formar una familia, pero siempre bajo la fórmula de concubinato (al no ser considerados ciudadanos, no podían unirse en matrimonio) y siendo conscientes que sus hijos se convertirían en esclavos nada más nacer.
En el escalafón más alto entre estos habitantes de las ciudades y del campo se encontraban los ya mencionados “gestores” domésticos y aquellos esclavos con algún tipo de formación: contables, maestros y médicos eran los que gozaban de una vida más plácida, a pesar de no tener derecho alguno dentro de la sociedad romana.
A pesar de que su alojamiento y comida eran de una calidad inferior, la vida de este grupo “privilegiado” de esclavos era comparable a la de muchos romanos libres pero pobres.
Alcanzando la libertad
Favores prestados, méritos, cualidades personales, buena voluntad del propietario… Éstas eran algunas buenas razones para conceder la libertad a un esclavo. Y para ello, los romanos tenían una forma jurídica: la manumisión. De esta forma, los esclavos se convertían en libertos: “tenían libertades pero seguían bajo el control del patrono, que se convertía en su padre. […] En el Imperio, los libertos del emperador alcanzaron cotas de poder enormes, convirtiéndose en ocasiones, en los auténticos mandatarios del Estado” (La Romapedia).
Pero fueron pocos los que consiguieron ascender tanto en la escala social. La gran mayoría simplemente subieron un peldaño pasando a formar parte de la plebe y, por lo tanto, con la necesidad de trabajar para ganarse la vida. Paradójicamente, muchos lo acababan haciendo al servicio de sus antiguos dueños.
Aquellos que soportaban las condiciones más duras eran también los que intentaban la más arriesgada de las estrategias: la fuga. Si no tenía éxito, se castigaba duramente al esclavo, llegando incluso a su ejecución como escarmiento. El caso más conocido es el del célebre Espartaco, pero fueron los esclavos anónimos que intentaron alcanzar la libertad mediante la fuga.
Sin embargo, es curiosa la multiplicidad de circunstancias que rodeaban la esclavitud en la Antigua Roma: mientras unos, como acabamos de ver, sólo podían recurrir a la rebelión, otros muchos tuvieron una vida más que aceptable en una sociedad como la romana. Dan fe de ello las numerosas “aras funerarias que amos, esclavos y libertos se dedicaron mutuamente como muestra de agradecimiento” (Tarraconensis).
Fuente: Romanorum Vita | Una historia de Roma, Obra Social La Caixa
No me extraña que el cristianismo se propagase tan de prisa. Ahora también somos esclavos aunque no nos demos cuenta y nos creamos que somos libres. Fantástico post. Me ha encantado. Buen inicio de semana
El esclavismo actual tiene otros tintes pero no deja de ser igual que el de antaño, sólo es cuestión de matices. Como decimos en tantas ocasiones… en que poco hemos cambiado. Bss y feliz semana Katy¡
Excente amigo Félix Casanova, me encantó. Como siempre es un placer leerte Saludos desde campeche, Campeche, Mexico
El placer y la gratitud es mío, Florencia. Un fuerte abrazo desde el otro lado del Atlántico 😉