El 10 de marzo de 1804, la ciudad de San Luis sufrió una breve «crisis de identidad». El día anterior había sido española Por la noche y la mañana, fue francesa. Y cuando llegó el mediodía, estadounidense. Status que no volvió a perder.
Este acontecimiento que los historiadores llaman «Día de las Tres Banderas», fue la culminación simbólica y burocrática de la compra de Luisiana, en la que Francia vendió una enorme franja de territorio a los Estados Unidos. El acuerdo fue una sorpresa para el gobierno estadounidense, que sólo había estado tratando de comprar Nueva Orleans.
En su lugar, obtuvieron un pedazo de tierra que acabó doblando el tamaño del país y hoy comprende 15 estados de los Estados Unidos. El acuerdo fue igualmente sorprendente para los españoles, que habían cedido la tierra en cuestión a los franceses muy recientemente. Tan recientemente, de hecho, que todavía dominaban la mayor parte del territorio.
El Día de las Tres Banderas nació de un problema burocrático. Aunque la compra de Luisiana técnicamente fue el 30 de abril de 1803, la transferencia de cientos de millones de hectáreas de tierra no es un asunto baladí ni rápido. Durante el verano y el otoño de 1803, el Congreso firmaba y firmaba papeles y el dinero cambiaba de manos.
Pero como en invierno de 1803, los residentes del territorio al norte de Nueva Orleans no habían recibido notificación alguna, se decidió que en marzo de 1804 debería haber otra ceremonia oficial en San Luis.
Las autoridades pronto se dieron cuenta de que, para actualizar la nueva identidad del territorio, «dos tratados debían ponerse en práctica al mismo tiempo». Primero, las tierras debían ser transferidas de España a Francia. Horas después, tenían que ser transferidas de nuevo, de Francia a los Estados Unidos.
Y así fue cómo sucedió: El 8 de marzo de 1804, el gobernador español de San Luis, Carlos de Hault, publicó un aviso en la puerta de la iglesia de la ciudad notificando a los vecinos el inminente cambio de nacionalidades. Al día siguiente, dos representantes estadounidenses -el comandante del ejército Amos Stoddard y el explorador Meriwether Lewis- navegaron a través del Mississippi desde Illinois y marcharon arropados por soldados hasta la mansión del gobernador.
Una pequeña multitud se congregó en los alrededores. Justo antes del mediodía, Stoddard y Carlos de Hault firmaron algunos papeles y se volvieron hacia los espectadores. «Por orden del rey estoy a punto de entregar este puesto y sus dependencias», dijo Carlos de Hault. «La bandera que os ha protegido durante casi 36 años ya no se verá… desde el fondo de mi corazón os deseo prosperidad». Lentamente la bandera de España bajó y poco a poco la bandera de Francia subió. Un cañón dio un gran estallido. Los habitantes entusiasmados se precipitaron al fuerte para acercarse lo más posible a la bandera.
El plan original había sido mantener la bandera francesa durante seis horas, pero los ciudadanos de San Luis, muchos de los cuales recordaban las raíces francesas de la ciudad, estaban tan emocionados que el contingente estadounidense acordó esperar hasta el día siguiente al mediodía. Esa noche, la gente se reunió en la iglesia y cantó canciones francesas.
Al mediodía del 10 de marzo, todos volvieron a reunirse en la mansión del gobernador. Aunque Stoddard era americano, se había decidido que debía desempeñar el papel de Francia en los intercambios (el representante francés no quiso viajar). Firmó los papeles pertinentes y se dirigió a la multitud. su señal, la bandera francesa bajó, y se izó la bandera norteamericana. Hasta hoy.
(*) Referencias: Cara Giaimo «El Día de las Tres Banderas», Atlas Obscura
Lo cual nos lleva a la conclusión de que por encima de los trapos con colorines, de los himnos más o menos rimbombantes y de los intereses estratégicos -o incluso inconfesables- de los que se les llena la boca de «patria» o «nación», están las personas normales de carne y hueso -fácilmente manipulables, eso sí- que se siguen mirando en el espejo y allí no ven otra cosa que un ser con sus alegrías y sus miserias.
Un saludo, Félix.
Las fronteras y las banderas, ese invento humano para dividirnos. Otro menester es el sentimiento de arraigo a una tierra, pero tergiverzado por la manipulación como indicas en tu comentario, que suscribo.
Un saludo, Cayetano
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