Al entrar en La Herradura, Granada, se observa una gran escultura de bronce en el paseo de la playa. Es el monumento a los que perdieron la vida en un día aciago. La profunda bahía de La Herradura esconde los restos de 25 naves de la Armada española y miles de personas. El desastre naval de La Herradura ocurrió el 19 de octubre de 1562, provocado por una tormenta sin precedentes en la zona.
El 18 de octubre, 28 galeras, cargadas de víveres, soldados y sus familias zarparon bajo el mando de don Juan Hurtado de Mendoza y Carrillo, capitán general de Galeras en el Mediterráneo. Mendoza fue uno de los marineros más experimentados de la época, y sirvió durante el reinado de Felipe II, que en aquella época consideraba el control del Mediterráneo como primordial en su defensa ante la creciente amenaza del imperio otomano.
Una fuerte tormenta tomó la flota por sorpresa, por lo que Mendoza decidió cubrirse en la profunda bahía de La Herradura, retrocediendo desde Málaga. Se trata de una bahía que se abre hacia el suroeste. Pero en la mañana del 19 de octubre, la tormenta regresó inesperadamente, ahora soplando desde el sur. Esto hizo que los barcos colisionaran unos contra otros, así como contra el acantilado.
25 de las 28 galeras se hundieron y algunas fuentes hablan de casi 5000 personas muertas. Los 3 barcos que sobrevivieron: La Soberana, Mendoza y San Juan, buscaron refugio en la cala de Los Berengueles. Los otros quedaron en el fondo del mar, junto a los miles de tripulantes. Unas 2000 personas consiguieron escapar nadando hacia la costa. Muchos de ellos eran esclavos de galera, porque tenían poca ropa y mejor constitución física.
Este suceso fue un verdadero desastre para la Armada española, que acababa de sufrir una terrible derrota en la batalla de Djerba. Sin embargo, Orán y Mazalquivir fueron defendidos con éxito ante los otomanos.
Con tantos muertos, este trágico acontecimiento se convirtió en uno de los naufragios más famosos sufridos por el reino español. Tanto es así que fue mencionado incluso por Miguel de Cervantes en el Don Quijote: “…que era hija de Don Alonso de Marañón, caballero del pueblo de Santiago, que se ahogó en La Herradura…”.
La ubicación actual del naufragio es un misterio absoluto; y localizar parte de él todavía sigue siendo un sueño para muchos buceadores ávidos de descubrimientos. Durante la historia española nunca se habían hundido tantos barcos en una área tan pequeña, pero tras más de cuatro siglos y medio de corrientes marinas cambiantes y el deterioro que provoca el agua salada, los tesoros que pudiera transportar la flota aún permanecen ocultos.
Existe poca pero excelente bibliografía al respecto de este acontecimiento, pero nada mejor que acudir a las fuentes originales, las mismas que relataron en su día el suceso, y que el Instituto de Historia y Cultura Naval de la Armada Española nos ofrece:
“ … Don Felipe dio órdenes prestas para poner en astillero las quillas de otras tantas que reemplazaran las perdidas, convocando en Barcelona maestranza de todos los puertos de España haciendo traer árboles de Flandes, remos de Ñapóles, arcabuces
y picas de Vizcaya; y mientras la fábrica avanzaba por sus pasos, agregó a la escuadra de galeras de España, de D. Juan de Mendoza, algunas genovesas, juntando 28, reforzadas con 3.500 infantes para atender preferentemente la costa de Valencia y la plaza de Oran, amenazadas. A la última había de acudir primero con municiones, y ya que las había embarcado en Málaga, dio pasaje a mujeres y familias enteras de soldados, admitiendo en la Capitana dos niños pequeños, hijos de D. Alonso de Córdoba, conde de Alcaudete, nietos de D. Martín.
El 18 de Octubre de 1562, concluida la faena, empezó a soplar mansamente de Levante, viento para el que la playa de Málaga era desabrigada y peligrosa. Sabíalo muy bien D. Juan de Mendoza, criado en las galeras al lado de su padre D. Bernardino. Conociendo las condiciones de la costa, determinó salir de allí sin dilación y fondear en La Herradura, que es un ancón situado 40 millas al Oriente, con excelente resguardo de tal rumbo, experimentado por don Juan en dos ocasiones en que salvó la escuadra refugiándola en aquel abrigo.
Aunque contra el viento fuerte bogaron desde las dos de la noche hasta las diez de la mañana siguiente, el lunes 19 se aseguraron con dobles amarras en precaución del temporal que amagaba; mas no descargó la mayor furia de Levante, como se temía; a la media hora de ventar por este lado rondó hacia el Sur con tal violencia que no dio tiempo a levar otra vez, encontrándose las galeras sin el reparo que buscaban, batidas abiertamente.
Empezaron a chocar las unas con las más próximas, haciéndose pedazos; visto lo cual, en algunas, por salvar las vidas, cortaron los cables, dejándose ir la playa donde fueron sorbidas de la mar con la gente despedazada por la resaca o por los remos y objetos mil flotantes que en su furia movía un cabo y otro.
Don Juan estaba en la popa con una marlota roja, ceñida una tohalla, un zaragüell largo de raso pardo. Animaba a la gente, y más que nada se ocupaba de la vida de los dos niños que le estaban confiados. Al caer al agua quiso nadar; pero el golpe de un madero en la cabeza le aturdió y le echó al fondo, suerte que cupo también los niños, D. Francisco de Mendoza, hijo del Marqués de Mondéjar, al veedor Morillo, con otros caballeros, no escapando de su compañía más que el piloto, nueve marineros y trece forzados.
De las 28 galeras, que eran 12 de la escuadra de España; de Ñapóles y de particulares a sueldo de la Corona; del marqués Antonio Doria; de Bendineli Sauli, de Estéfano de Mari, dieron al través, se anegaron, 25, salvándose únicamente tres de la escuadra primera: Mendoza, Soberana y San Juan.
La pérdida de gente es difícil de estimar y fluctúa entre 2.500 y 5.000 personas, ya porque en unas no se cuentan las mujeres, ya porque otras hacen caso omiso de los infelices remeros forzados. En lo que andan conformes es en lamentar la muerte del General, porque fue de los valerosos que las galeras de España tuvieron, no habiéndose quedado atrás en la reputación heredada de su padre.“
< ¡Ay Dios; felices los que plantan coles! >
Referencias: Instituto de Historia y Cultura Naval, tomo 2 volumen 3 -Naufragio en la Herradura-; AlmuñecarInfo
A veces, son los propios elementos los que causan los mayores destrozos. Bueno, los ingleses y sus corsarios también eran unos buenos “elementos”.
Un saludo, Félix.
Y en este caso, un hecho que por sus dimensiones extrañamente no aparece en los libros de historia…
Un saludo, Cayetano
Muy instructivo. Gracias por compartirlo!
Gracias a tí. Un saludo!