Hoy generalmente pensamos en la orina como un producto de desecho, pero en el siglo XVII un alquimista pensó que podría ser tan valioso como el oro. De hecho, literalmente pensó que podría ser oro.
En 1669, el alquimista alemán Hennig Brand hirvió ¡5.700 litros! de orina en su laboratorio del sótano, convencido de que la infusión maloliente de alguna manera se transformaría en oro al final de su proceso. Brand no pudo encontrar ningún metal precioso en el fondo de sus contenedores, por supuesto, pero descubrió el fósforo, aunque no tenía idea de que era aquello. Aunque el fósforo es uno de los componentes básicos de la vida, y más tarde se convertiría en un componente importante tanto de los fertilizantes sintéticos como de los explosivos, Brand pensó que había encontrado la piedra filosofal, que tarde o temprano algún uso debía tener.
No dudó en refinar su método de producción con el tiempo, y la versión publicada después por Gottfried Leibniz fue:
- Hervir la orina hasta reducirla a un jarabe espeso.
- Calentarlo hasta que destile de él un aceite rojizo, que se extrae.
- Se enfría el resto, que resulta en una parte superior esponjosa negra y una parte inferior salina.
- Se descarta la sal y se mezcla con el aceite rojizo.
- Se caliente la mezcla fuertemente durante 16 horas.
- Primero, sale humo blanco, después un aceite y luego el fósforo.
- El fósforo se cuela por por agua fría hasta solidificarlo.
La principal función del fósforo es la formación de huesos y dientes. Este cumple un papel importante en la forma como el cuerpo usa los carbohidratos y las grasas. También es necesario para que el cuerpo produzca proteína para el crecimiento, conservación y reparación de células y tejidos. Un descubrimiento casual, como tantos, que hizo avanzar la Ciencia.
(*) Referencias: Mental Floss, Wikipedia Imágenes: WikimediaCommons
Aunque todo hecho científico tiene una causalidad, muchos se descubren por casualidad.
Un abrazo.