Gente de toda Europa se despertó el 6 de enero de 1709 encontrándose que la temperatura se había desplomado. Desde Escandinavia en el norte a Italia en el sur, y desde Rusia en el este a la costa oeste de Francia, todo se convirtió en hielo.
El mar se congeló. Lagos y ríos se helaron, y el suelo se congeló hasta una profundidad de un metro o más. El ganado murió de frío en sus establos, las crestas de los gallos se congelaron y cayeron, los árboles estallaron y los viajeros se helaban hasta la muerte en los caminos.
Fue el invierno más frío en 500 años. En Inglaterra se conoce al invierno de 1709 como la Gran Helada. En Francia entró en la leyenda como Le Grand Hiver, tres meses de frío letal que llevó a un año de hambruna y disturbios por la comida. En Escandinavia se congeló el Mar Báltico de tal forma que la gente podía andar sobre el hielo incluso en el mes de abril. En Suiza los lobos hambrientos entraron en los pueblos. Los venecianos se deslizaron sobre el lago helado, mientras que fuera de la costa oeste de Italia marineros a bordo de barcos de guerra ingleses morían por el frío. “Creo que la Helada fue mayor (si no también más universal) que ninguna otra en la Memoria del Hombre”, escribió William Derham, uno de los observadores meteorológicos más meticulosos de Inglaterra. Estaba en lo cierto. Trescientos años más tarde sigue ostentando el récord del invierno más frío de Europa durante el último medio milenio.
Derham era el Rector de Upminster, a poco camino al noreste de Londres. Había estado comprobando su termómetro y barómetro tres veces al día desde 1697. De forma similar, cuidadosos observadores dispersos por toda Europa hicieron lo mismo y sus registros coinciden notablemente. En la noche del 5 de enero, la temperatura bajó drásticamente y se mantuvo en caída. El 10 de enero, Derham registró -12 °C, la temperatura más baja jamás medida. En Francia, la temperatura bajó aún más. En París llegó a -15 °C el 14 de enero y se mantuvo así durante 11 días. Tras una breve recuperación a finales de mes el frío retornó con furia y se mantuvo hasta mediados de marzo.
Más tarde durante ese año, Derham escribió un detallada crónica de la congelación y destrucción causada para las Transacciones de la Sociedad Real. Los peces se congelaron en los ríos, las piezas de caza cayeron en los campos y murieron, y los pequeños pájaros perecieron por millones. La pérdida de hierbas tiernas y árboles frutales exóticos no fue una sorpresa, pero incluso los duros robles y frenos nativos sucumbieron. La pérdida del cereal de trigo fue una “calamidad general”. Los problemas de Inglaterra fueron nimios, no obstante, en comparación con los que se sufría al otro lado del Canal de la Mancha.
Lo peor estaba por llegar. En todos sitios, los árboles frutales, castaños y olivos murieron. El cultivo de trigo del invierno fue destruido. Cuando por fin llegó la primavera, el frío fue reemplazado por la aún peor escasez de alimentos. En París, muchos sobrevivieron sólo gracias a las autoridades, que temiendo una revuelta, forzaron a los ricos a proporcionar comedores de beneficencia. Sin grano para hacer pan, alguna gente del país hizo “harina” moliendo helechos, añadiendo ortigas y cardos. Para el verano, hubo informes de gente hambrienta en los campos “comiendo hierba como las ovejas”. Antes de final de año había muerto más de un millón de personas de frío o hambre.
Cuentan las malas lenguas que algunos fueron a hacer sus necesidades al campo y los zurullos se congelaban de camino a la par que los chorrillos de orina se helaban al instante, nada más salir, como carámbanos o estalactitas, con gran dolor para las partes nobles.
O me lo imagino.
Algunos pensarían que era un castigo divino por nuestros muchos pecados.
Un saludo.