Inicio Ciencia El médico polaco que usó la Ciencia para burlar a los nazis

El médico polaco que usó la Ciencia para burlar a los nazis

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Era 1941. Aquel hombre tenía 35 años, y después de meses de trabajos forzados en una fábrica alemana, acababa de recibir buenas noticias: le habían permitido una licencia temporal de dos semanas.

Cuando llegó a , encontró a su familia empobrecida y con poca comida. En vano, trató de idear alguna argucia para permanecer con ellos. Ninguna idea era factible. Si se negaba a regresar al campo de trabajo, la Gestapo lo arrestaría y lo matarían. Si él y su familia huían a los bosques, se arriesgaron a la captura y los alemanes los enviarían a todos a un campo de concentración. Incluso si eludía a los , la policía seguramente encontraría a alguien más de su familia en su lugar. La única salida era por medio de un médico. Si alguno pudiera proporcionarle una excusa médica, tal vez se le permitiera salir de la fábrica.

Dr. y su esposa, Murka

Pensó en cortarse el brazo. Es cierto que podía morir, pero también podría vivir y escapar del martirio de ser uno de los esclavos de .

Su médico, también polaco, tenía otra idea. Le subió la manga de la camisa, preparó una jeringa y cuidadosamente insertó la aguja en su músculo. El doctor le explicó que no sabía si la inyección daría resultado, tal vez le provocaría una erupción cutánea, una infección o algo peor, pero valía la pena intentarlo. Envió al hombre a casa con un aviso: “Vuelve en pocos días y no le cuentes a nadie lo que pasó aquí”.

El hombre siguió las órdenes. En la siguiente cita, el médico tomó una muestra de sangre y, siguiendo el protocolo de tiempo de guerra, envió la muestra al laboratorio para que la evaluaran.

Días más tarde, un telegrama llegó: “La prueba de es positiva”. El joven había resultado positivo en .

El médico sonrió.

El tifus era una de las enfermedades infecciosas más mortales que una persona podía tener, especialmente durante la guerra. Los alemanes hicieron grandes esfuerzos para mantenerlo fuera de sus fábricas y campos de trabajos forzados. Y cuando las autoridades se enteraron del diagnóstico del hombre, ordenaron que lo pusieran en cuarentena en casa, donde seguramente moriría.

Lo que los nazis no sabían era que el hombre no estaba muriendo. No tenía tifus. El diagnóstico era humo, la inyección secreta contenía una sustancia que engañaba a las pruebas médicas para conseguir un falso positivo.

Aquella estratagema funcionó, y no fueron pocos los que acudieron en ayuda del doctor Eugene Lazowski, otro de los tantos héroes anónimos que surgió de aquel horror. Otra muestra de humanidad entre tanta miseria.

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