En la Edad Media, el asunto estrella en cualquier tertulia, en cualquier debate, era la Alquimia, la búsqueda, el anhelo por encontrar la piedra filosofal, pero la Revolución Industrial marcó otras pautas, otros intereses, otras curiosidades…
A principios del siglo XIX se buscaba la inmortalidad a través de la ciencia y, en este sentido, la electricidad lo dominaba todo. Galvani instauró el Galvanismo, la electricidad animal, la posibilidad de revivir músculos, tendones, nervios gracias a estímulos eléctricos en la carne muerta. Esto hizo soñar a muchos autores, sobre todo a los precursores de la ciencia-ficción y, uno de esos autores era la jovencísima Mary Shelley. Tras escuchar numerosas historias, finalmente dio luz a una de las obras más hermosas del Romanticismo Europeo, Frankenstein o El Moderno Prometeo. La posibilidad de que un hombre se convirtiera en sumo hacedor, en creador de vida, compitiendo con el mismísimo Dios…
A finales del siglo XVIII en el Reino Unido se soñaba con muchas cosas, el progreso así lo facilitaba. Muchos abogaban por el desarrollo total de la Ciencia, pero otros insistían en el Humanismo, en que había que depurar el alma antes de progresar… En 1797 nos encontramos con una pareja feliz, Mary (una feminista áctiva) y Willians (filósofo), y estaban esperando su segunda hija… y el 30 de agosto de ese año vino al mundo Mary Godwin.
Era una niña pequeña, muy pequeñita, una niña muy frágil según los médicos, pero con una gran fuerza vital. La tragedia para la familia vino cuando a las pocas horas, la madre murió víctima del parto. Willians desconsolado entró en un estado de casi locura, permaneció varios días aislado llorando amargamente su pena, había perdido al gran amor de su vida. No echó la culpa al bebe que acababa de venir al mundo, pero sí al infortunio y, desde entonces dejó todos sus trabajos para recuperar la memoria de su querida esposa. Lo escribió todo sobre su vida, lo que utilizó la sociedad de la época para denostarla, pero a él ya le daba todo igual, tan sólo sus dos niñas, sacarlas adelante…
Willians buscó una segunda esposa, incapaz como era de poder cuidar él solo a sus dos hijas, y, en 1801 unió su vida a la de la Sra. Clairmont, que ya tenía dos hijos, con lo que la prole se vio incrementada a 4 hijos y un matrimonio sumamente difícil. Mary, por razones obvias, era el ojito derecho de Willians, y eso a la Sra. Clairmont no le sentó nada bien, y durante todos esos años intento obstaculizar el desarrollo cultural de la pequeña Mary. Pero no pudo evitar que, con tan solo 10 años, Mary pudiera editar su primer Poemario. Pero Mary no era feliz en aquella casa, se sabía maltratada, se sabía malquerida, y pronto buscó la huida de aquel hogar. Por eso, en mayo de 1814, cuando aún no había cumplido los 17 años escapaba de aquella casa con el pretexto del amor descubierto en la figura de un poeta bohemio, 5 años mayor que ella, llamado Percy Shelley. El profesor de Percy era un profundo estudioso del Galvanismo, estudiaba la electricidad, y estaba “al tanto” de los últimos avances en este tema y en Medicina.
En aquel año de 1814, que un jovencito de 21 años se fugara con una joven de 16 fue un escándalo, porque Percy Shelly estaba casado. Abandonó a su mujer, y con su nuevo amor huyó al continente, Europa les esperaba. Durante un tiempo deambularon por países como Italia, Francia y Suiza; eran bohemios y “rozando la mendicidad” disfrutaron de su amor… y, así llegamos a junio de 1816. Se presentaba un verano muy borrascoso, cubierto por las lluvias y por las inclemencias metereológicas, y en ese mes, el matrimonio Shelly llega a Suiza, cerca de Ginebra. En aquella región, hermosa como ninguna, traban amistad con un tal Lord Byron. Byron ocupaba una villa un tanto siniestra, un tanto lúgubre, gótica, y, en esa villa se escribían grandes obras.
Estamos en la noche del 16 de junio de 1816, el matrimonio Shelley se encuentra albergado en la villa Diodati, y allí están Lord Byron y su secretario. Este, ingenioso y ocurrente como él era, propuso un reto a los que allí estaban para pasar mejor una noche llena de truenos, rayos, lluvia… Los bucólicos bosques parecían ahora terribles escenas infernales, y Lord Byron mirando a través de los ventanales dijo “¿porque no escribimos un relato de terror?”. “¿un relato de terror? y ¿como debe ser ese relato de terror?”, asintieron los demás. Lord Byron entonces enseño un libro, ese libro se llamaba Fantasmagoría y en él se recogían aterradores relatos de fantasmas.
Mary leyó Fantasmagoría con suma avidez, con gran curiosidad. Percy, muy divertido hablaba con el secretario de Byron de las ultimas novedades en el asunto de reanimar cuerpos con electricidad. Lord Byron espetó “os digo que hoy puede nacer un gran relato de terror, vamos a proponer, y a ver cual de nosotros tiene más imaginación”. Los demás aceptaron el reto y se pusieron manos a la obra. Lo cierto es que Lord Byron y Percy Shelley enseguida se aburrieron porque ellos eran poetas y la prosa no era lo suyo, y lo dejaron casi de inmediato. Pero Polidori (el secretario de Byron) y Mary Shelley si que lo intentaron.
En aquella noche, Mary se fue algo fustrada a la cama porque no había conseguido dar con la historia, pero si llevaba en su mente el recuerdo de algunas conversaciones trazadas por Lord Byron y su marido (Galvani, Volta y sus experimentos)… Cuando pudo conciliar el sueño, una pesadilla recorrió todos los recovecos de su cerebro, en la que aparecía un científico entusiasmado por la posibilidad de devolver la vida a un cadáver. Estaba naciendo Frankenstein…
Mary se levantó muy excitada y sin pausa, comenzó a escribir un relato que asombraría al mundo. Y esa niña con 18 años consiguió un gran relato, con estupenda continuidad, con un muy buen cuerpo de narración. Un año más tarde Mary terminó su obra, y en 1818 se publicó. El éxito fue abrumador. La crítica y el público acogió este libro con absoluta devoción y miles de ejemplares circularon por todo el continente europeo. Mary Shelley se había hecho tremendamente popular y, sin cumplir los 21 años ya era una de las escritoras más afamadas de toda Europa.
A la par de la fama, la desgracia se cebaba en su vida. Su padre murió, tuvo 4 hijos de los cuales 3 de ellos nacerian muertos, la mujer de Percy Shelley se suicidó (esto facilitó el matrimonio entre ambos) y, una vez casados, la degeneración, el declive, la decadencia… Percy empezó a frecuentar otras camas. Mary sabía esto, pero callaba, sufría en silencio. Fueron unos años muy difíciles que terminaron cuando Percy Shelley murió ahogado en Italia. Esta muerte provocó un nuevo aborto en Mary que la sumió en una profunda depresión. Lo único que pudo hacer es volcarse en el único hijo que le quedaba vivo y regresó a Inglaterra para darle una muy buena educación.
Muchos llamaron a la puerta de Mary Shelley, muchos se quisieron casar con ella y con su fama pero ella afirmó “me llamo Mary Shelley, y con este apellido iré a la tumba”. Publicó algunos libros de ensayo con los viajes de los dos por el continente europeo, y llegarían tan solo 4 novelas más en su currículum, una de ellas Mathilda que ni siquiera publicó en vida, pero hubo una muy curiosa, una que vaticina una catástrofe para la raza humana; publicada en 1826 bajo el título El último hombre y, en ese libro (dicen que es su mejor libro, incluso mejor que Frankenstein) habla de la extinción de la raza humana en el siglo XXI, y todo a causa de un virus desconocido para el hombre…
En 1848 le es diagnosticado un tumor maligno. El 1 de febrero de 1851 Mary Shelley murió mientras dormía; por lo menos el destino quiso concederle una última noche plácida…
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