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Marco Licinio Craso, especulación inmobiliaria en Roma

Tiempo de lectura: 3 minutos

Marco Licinio Craso ha pasado a la historia como el hombre más rico de Roma, aunque quizá fuera igualado por su colega y rival Pompeyo, y tres décadas después fuese superado por Augusto. En lo que no tuvo rival, a juicio de los historiadores antiguos, fue en la codicia ilimitada y  falta de escrúpulos de los que hizo gala para amasar su fortuna. Si a lo largo de su carrera su patrimonio pasó, según Plutarco, de 300 talentos a 7.100 fue gracias a su oportunista participación en la especulación inmobiliaria en tiempos de proscripciones políticas.

viaappiaDe origen plebeyo pero ilustre, tuvo que poner pies en polvorosa y huir de Roma tras las feroz persecución contra los partidarios de Sila por parte de Cina y Mario. Se refugió en Hispania y, temeroso de que pudieran capturarle, se encerró durante 8 meses en una cueva cerca de Málaga, junto con tres amigos y diez esclavos. Un cliente de su familia le llevaba la comida y también le procuró la compañía de dos esclavas. Craso únicamente volvió a Roma cuando Cina fue asesinado, en 84 a.C.

El acceso al poder de Lucio Cornelio Sila tras el asesinato de Cina devolvió a Craso la libertad perdida y lo situó en un lugar preferente de la política. Ahora, los perseguidos eran los de la facción enemiga. Contra ellos Sila aplicó el procedimiento de la proscripción: la inscripción en una lista pública de las personas declaradas fuera de la ley, a las que cualquiera podía matar y cuyas propiedades eran confiscadas. Nada menos que 40 senadores, 1.600 caballeros y 4.000 ciudadanos sufrieron esta condena.

La subasta de sus bienes atrajo a muchos compradores en busca de oportunidades, entre ellos Craso. Así fue como Craso empezó a participar de un colosal y lucrativo negocio: la expropiación, incautación y compra de propiedades urbanas de ricos ciudadanos a precios irrisorios; éste fue el origen de su fortuna.

Laurence Olivier como Marco Licinio Craso en Espartaco

El negocio del ladrillo

Craso se aprovechó de otra medida de Sila: el nombramiento de 300 senadores más entre los caballeros, los equites, la clase empresarial y de negocios, con lo que la curia pasó a tener 600 miembros. Estos nuevos senadores necesitaban cultivar una imagen noble y digna y se mostraron muy interesados por las grandes mansiones y fincas de los senadores caídos en desgracia. Al modo de un avezado promotor inmobiliario, Craso les revendió las mansiones requisadas con un gran margen de beneficio.

Otra estrategia de Craso subraya aún más su imagen de negociante sin escrúpulos. Plutarco lo expone con nitidez: «Como veía que los incendios y los derrumbamientos de casas eran un mal endémico e inevitable en Roma –debido a que los edificios eran muchos y muy pesados–, se dedicó a comprar los edificios incendiados y los próximos a éstos, pues los propietarios se los cedían a bajo precio a causa de su temor e incertidumbre; de manera que la mayor parte de Roma estaba en sus manos». Al mismo tiempo, creó un equipo de quinientos esclavos arquitectos y constructores para apuntalar los edificios y desescombrar las parcelas, y luego alquilaba o vendía las viviendas. No hacía edificios nuevos, pues aseguraba que «los aficionados a la construcción se arruinan ellos mismos sin necesidad de enemigos».

Esclavista y usurero

Gracias al inmenso capital que amasó, Craso actuó también como prestamista. Generalmente cobraba intereses altísimos, pero tenía a gala perdonárselos a sus amigos, aunque cuando vencía el plazo del préstamo reclamaba su devolución con gran dureza, tanto que «el don resultaba más oneroso que una gran cantidad de intereses», dice Plutarco. Los préstamos eran también un medio de ganarse aliados políticos; de ahí, por ejemplo, los 830 talentos que prestó a Julio César en los inicios de su carrera política.

Los historiadores antiguos ofrecen dos versiones sobre el fin de Craso. Según Plutarco, sus captores le cortaron la cabeza y la mano y las enviaron al rey parto. Dión Casio recoge la leyenda de que los partos, conocedores de la reputación de su presa, le habrían derramado oro fundido en su garganta para aplacar su insaciable sed de riquezas.

Más información: Vidas paralelas (vol. V) Plutarco. Gredos, Madrid, 2007. «Especulación inmobiliaria en Roma»  Historia National Geographic N.º 49. Pedro Ángel Fernández Vega. Doctor en Historia Antigua

2 COMENTARIOS

  1. Somos romanos. Para lo malo y para lo bueno.
    Solo que aquí tenemos peor suerte con los sinvergüenzas, como mucho pasan unos meses en la cárcel y luego a vivir.
    Un saludo.

    • Romanos de pies a cabeza, no hay duda. En la península de la bota tampoco tienen mucha suerte con sus jerifaltes.
      Un saludo

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