Durante casi dos siglos, las pelucas causaron furor. Sin embargo, ese pelo elegante y exagerado no habría llegado a ser popular si no hubiera sido por una enfermedad venérea, un par de reyes y una mala higiene del cabello.
La historia de la peluca comienza con la sífilis. En 1580, las enfermedades de transmisión sexual se habían convertido en la peor epidemia que afectaba a Europa desde la Muerte Negra. En Londres, una gran multitud tenía desbordados los hospitales y cada día iba a más. Sin antibióticos, las víctimas se enfrentaban a la enfermedad: llagas, erupciones desagradables, ceguera, demencia y pérdida de pelo. La calvicie se hizo dueña de las calles.
En aquellos tiempos, la pérdida del cabello era un escaparate a la vergüenza pública. El pelo largo era un símbolo de estatus y moda, y una cabeza calva podía manchar cualquier reputación.
Y así, el brote de sífilis provocó un aumento en la fabricación de pelucas. Las víctimas ocultaban su calvicie, así como sus sangrientas llagas, con pelucas de caballo, cabra o pelo humano. También eran perfumadas con lavanda o naranja para ocultar los malos olores. Aunque comunes, las pelucas no eran muy elegantes. Sólo eran una vergonzosa necesidad. Eso cambió en 1655, cuando el rey de Francia comenzó a perder el pelo.
Luis XIV tenía sólo 17 años cuando su cabellera comenzó a menguar. Preocupado de que la calvicie dañara su reputación, contrató a 48 peluqueros para salvar su imagen. Cinco años más tarde, el rey de Inglaterra -el primo de Luis, Carlos II– hizo lo mismo cuando su cabello empezó a ponerse gris (ambos probablemente tenían sífilis). Los cortesanos y otros aristócratas copiaron inmediatamente a los dos reyes. Había nacido una nueva moda en Europa.
El coste de las pelucas aumentó. Una peluca normal costaba unos 25 chelines, una semana de sueldo para un londinense común.
Cuando Luis XIV y Carlos II murieron, las pelucas siguieron siendo populares porque eran prácticas y denotadoras de status. Eran tiempos en los que los piojos estaban a la orden del día. Las pelucas también redujeron este problema; al tener que afeitarse la cabeza para encajar la prótesis, aquellos bichitos ya no eran tan felices.
La gente deja de usar cosas -incluidas las pelucas- no porque se lo prohíban sino porque ya no están de moda. Algo parecido pasó con la medida que dio lugar al Motín de Esquilache, la supresión del chambergo o sombrero de ala ancha y de la capa larga y su sustitución por la capa corta y el sombrero de tres picos, siguiendo la moda europea, con el pretexto de evitar que embozados malhechores hicieran de las suyas en las calles al esconder armas entre sus largos ropajes. Al final, la gente dejó de usar sus antiguas capas y chambergos porque los usaban también los verdugos para ocultar su identidad. Dejó de estar de moda, sin más.
Un saludo, Félix.
Las modas vienen y van. Y por norma general los que están arriba en la jerarquía social marcaban las tendencias. La supresión de la capa larga, efectivamente, fue para evitar que en aquellas calles oscuras nadie pudiera esconderse en el anonimato. Todos debían parecer sospechosos. No eran buenos sitios para pasear, definitivamente no.
Un saludo, Cayetano
Capas largas que 90 años despues incorporaran las cofradías de Sevilla tras su prohibición. Os dejo un enlace a un curioso artículo sobre las mismas
http://lastunicas.blogspot.com.es/2011/03/quinta-angustia-la-primera-hermandad-de.html?m=1
un saludo.
Gracias por el apunte, Orlando Lucena 😉
Muy interesante cariño!!!! Me ha encantado el artículo un besazo
Eso es que me miras con buenos ojos, cielo. La historia siempre es divertida!! Besazo 🙂
Al fin y al cabo la necesidad se convierte a menudo en moda. Y la vanidad ni te cuento. Un puntazo lo de los Beatles:-)
No me negarás la mayor, Katy. Los cuatro de Liverpool cambiaron nuestra azotea 🙂
Como siempre, nos tienes mal acostumbrados Félix, un artículo de lo más interesante. Y también nos demuestra que la moda es una solemne tontería, sean quienes sean los que las imponen. O ¿será que a mi me gusta nadar contracorriente? 😀 😀