El peor desastre biológico de la Historia de la Humanidad, y según los testimonios de la época, «El fin del Mundo». Año 1310, Toscana, Italia. A comienzos del siglo XIV, la civilización occidental experimentaba un periodo de gran prosperidad, había crecido el comercio, y con él las ciudades, no hubo catástrofes naturales, el clima fue favorable y aumentó la población.
Pero esta expansión está a punto de topar con una nueva realidad. Súbitamente se produce un cambio climático, y las temperaturas descienden helando las cosechas, y con asombrosa rapidez los años dorados llegan a su fin. En la década de 1340, las guerras asolan el continente. En aquella época, para ser médico, previamente se debía haber estudiado Teología, pero ni los libros de Ciencia ni Biblia, podían preparar a nadie para el horror que se avecinaba.
Año 1347, Mongolia. Lejos, en Oriente, en las estepas mongolas un terrible mal ha despertado. El rumor se extiende, millones de personas están muriendo en China, India, y las tierras del Islam. Antes de ese año, los mongoles parecían imparables, y abrieron el comercio entre Europa y China, pero esta mejora de las comunicaciones es también la semilla de la destrucción, no todo lo que atravesaba las rutas terrestres eran objetos, especias y sedas, había también otro tipo de mercancía, la Peste.
La Peste se va arrastrando implacablemente por las Estepas, acabando con poblados enteros, dejando tras de si cuerpos hinchados con bubas malignas. En aquellas llanuras están acostumbrados a aprovecharlo todo, y los objetos y pieles se conservan, y el resto es echado al fuego para intentar acabar con el demonio causante de esta tragedia, pero el demonio viaja oculto en el botín. En este año, cientos de miles de personas viajan hasta Occidente, a la pujante ciudad de Ginebra. Una plaga irrefrenable que desintegrará este hermoso mundo. Viajeros, labradores, nobles, e incluso la hija del Rey Eduardo de Inglaterra, todos se verán frente a frente con el mayor asesino de la Historia, la Muerte Negra.
El término de las rutas comerciales mongolas es la ciudad portuaria de Kafa, en el Mar Negro, punto de partida de los barcos mercantes con destino a Italia. En 1347, los mongoles atacan esta ciudad cristiana con la esperanza de dominar tan estratégico enclave. Al principio, parece que la ciudad caerá bajo el sorpresivo asalto, pero cuando la lucha es más enconada, los mongoles se enfrentan repentinamente a un enemigo inesperado, la Peste. Debían abandonar el sitio, pero antes de retirarse catapultaron sus cadáveres hasta el interior de la ciudad con el fin de propagar la plaga entre sus enemigos. Al parecer, así fue como los mongoles transmitieron la Peste a los europeos. Se podría considerar el primer caso histórico de guerra bacteriológica. Muchos historiadores creen que viajó en un barco mercante que se dirigía a Europa, y su primera escala fue la isla de Sicilia.
Para los sencillos habitantes de Messina, en Sicilia, las olas y el mar son símbolo de vida, pero en ese año, es algo diferente lo que llega a sus costas… En los puertos de Italia fondean los barcos procedentes del Mar Negro, y a bordo transportan algo horrible. Bajo cubierta, los nativos encuentran un “cargamento” de cadáveres, y los pocos supervivientes dicen llevar la enfermedad “pegada a los huesos”.
Cuando los habitantes de Messina comprenden el peligro, intentan que el barco salga del puerto, pero ya es demasiado tarde, porque la Peste ha “desembarcado” y las primeras muertes no tardan en llegar. No se trata de una enfermedad cualquiera, es dolorosa y repugnante, ya que sus víctimas tienen unas fiebres muy altas y sufren horriblemente. Al principio debió ser difícil diagnosticar la enfermedad: tos, fiebre y escalofríos. Luego se sucedía una subida fuerte de temperatura, y después, en un segundo brote, aparecerían unas bubas que no tardaban en desarrollarse.
El Bubón surge al hincharse una glándula linfática en el cuello o en la ingle, es tumefacta, y puede alcanzar el tamaño de una naranja. Serán estas bubas las que harán pensar que la Peste bubónica es la causa de la muerte negra. Desciende rápidamente la tensión arterial y se produce un colapso multiorgánico, el sistema vascular se dilata y aparecen las hemorragias. Los bubones en sí, son muy dolorosos, es una manera horrible de morir.
Tras las primeras muertes, los habitantes de Messina, pronto descubren que la nueva enfermedad, no solo es horripilante, sino también contagiosa. Se extiende rápidamente entre la población sembrado el terror en toda la ciudad. Mientras la plaga asola la ciudad, a los supervivientes solo les queda una última esperanza, suplicar a la Santa Madre de Dios…; los que aún pueden caminar recorren los 10km hasta la Ermita, transportan la imagen de regreso a la ciudad, pero a pesar de los ruegos, la Virgen no acude en su consuelo. Aunque todos los habitantes de la isla rehuyen de los de la ciudad de Messina, no pueden escapar al contagio, y se extiende por toda la Isla a una velocidad de vértigo, y el horror, apenas acaba de empezar. Entretanto, otros barcos genoveses procedentes de Kafa atracan en la península italiana, transportando pieles, tejidos y ratas transmisoras de la muerte.
Como un ángel exterminador, la plaga se extenderá por un Continente desprevenido, da inicio el Apocalipsis, y Europa se enfrenta a la mayor amenaza jamás conocida por la Humanidad. La Ciencia Medieval, vive hundida en las ciénagas de la superstición y la ignorancia. El cirujano de Felipe VI, rey de Francia y del Papa Clemente que reside en Avignon, era conocido por su gran inteligencia. Sus técnicas, como la sangría con sanguijuelas eran famosas. Curiosamente, una alineación de planetas inusual precede al desastre, y esto para la mente Medieval fue una explicación lógica. El pueblo había sido adoctrinado de que tanto las bendiciones, como las maldiciones, provienen directamente de Dios.
Ahora sabemos que no fueron los pecados y el mal lo que atrajo a la Peste negra, era una enfermedad contagiosa, pero incluso hoy en día, se sabe poco sobre ella, y aún todavía se siguen buscando respuestas sobre la rápida propagación de la plaga. Si se sabe que era provocada por una bacteria, que requiere unas condiciones especiales para desarrollarse y, en muchos sentidos, la Europa Medieval parecía cumplir estos requisitos: aglomeraciones urbanas, basura en las calles, un entorno insalubre en el que proliferaban las ratas, y con ellas también las pulgas. La picadura de una sola pulga inyecta en la víctima la bacteria llamada Yersinia Pestis, y esta se multiplica rápidamente en los nódulos linfáticos hinchándolos hasta reventar. Pero esta enfermedad tiene una vertiente aún más terrible, llamada Peste Neumónica, que no necesita de las pulgas para su propagación.
Se extendió por toda Europa occidental en el curso de 3 o 4 años, y esto es una rapidez increíble teniendo en cuenta que no había coches, trenes o aviones. Los viajes se hacían a pie, o a lomos de animales, pero sin embargo la propagación fue rapidísima. Aunque debido precisamente a la velocidad, algunos científicos opinan que fue debido a otro agente contagioso, que muy bien podía ser el Ántrax. También hay expertos que piensan que podría haberse tratado de un virus tipo Ébola. La diferencia la marca la forma de transmisión.
En Montpellier (Francia), un enterramiento público de 650 años de antigüedad permite a la moderna tecnología seguir aquel rastro que parecía perdido. Un equipo de investigadores científicos franceses exhumó cuerpos de víctimas de la Peste, e indagaron en busca de un tesoro biológico, los dientes. Como un cofre hermético, un diente encierra el ADN que fluye en la sangre en el momento de la muerte. Extrajeron los dientes de la mandíbula, y los examinaron en busca de la bacteria. Según los resultados el ADN correspondía a la de la Yersinia Pestis. Pero hay que seguir investigando y examinar más tumbas.
Volvamos al año 1347. A los médicos de la época, las pulgas letales y el ADN le sonarían tan extraño como la cólera divina y la conjunción de planetas a nosotros. Se sigue sucediendo el desastre, y parece que Dios hubiera abandonado a sus hijos. En Venecia siguen entrando barcos mercantes desde Oriente, trayendo la muerte a bordo, y un marinero dijo “Para angustia nuestra, nuestras bocas llevaban consigo los dardos de la muerte, y al hablar esparcíamos veneno en derredor”. Por supuesto no conocían la bacteria, pero si eran conscientes de que la enfermedad podía transmitirse de una persona a otra. Los venecianos agonizan y mueren en la increíble proporción de 600 al día.
En enero de 1348, la Peste entró en Francia a través del puerto de Marsella, y por vía marítima también, se trasladó a España. En Barcelona muere el 60% de la población. A comienzos de primavera, la pandemia llega a la desembocadura del Rodano, a Avignon, donde residía el Papa. Clemente VI se niega a abandonar su Palacio. En agosto, la peste alcanza París, y la mitad de su población muere. Intentemos imaginar por un momento, que en la ciudad del otro lado de la montaña, ha muerto ya el 75% de la población, ya que antes que la Peste alcanzara un lugar, ya se tenían noticias de su cercanía. Llevados por el miedo, los burgueses abandonaban las ciudades, dejando a los pobres a su suerte.
En el invierno de 1349, la Peste llega al Norte, a la península escandinava, y cuando 2 años después alcanza Rusia, en Francia ya ha remitido. Tras aniquilar a la mitad de la población europea, la Peste se encamina a su fin. La magnitud de las cifras de víctimas es tan enorme, que sobrepasa a la imaginación humana.
Los microbios en la actualidad, pueden llegar mucho más lejos, y a mayor velocidad. Actualmente tenemos dos peculiaridades que nos acercan a la época de la Peste Negra: Economía expansiva y nuevas rutas comerciales. Cada año se trasladan de unos países a otros unos 500 millones de personas en vuelos internacionales. Muchos expertos opinan que, en caso de enfrentarnos a una epidemia catastrófica, la Ciencia moderna se vería “atrapada” como los científicos del medievo. Por desgracia, seguimos sin tener las bases para enfrentarnos a algo de esta magnitud. El auténtico enemigo del ser humano puede estar escondido en alguna parte, y puede ser tan mortífero como hace 650 años.
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