Empujones y codazos para obtener un buen sitio, unos diez mil espectadores se congregaron en la plaza principal de Ruán, en el noroeste de Francia, en la mañana del 30 de mayo de 1431. Durante semanas habían presenciado el juicio de La Doncella, como era conocida, y habían escuchado todo tipo de historias extrañas sobre su pasado.
Antes de llevar a La Doncella hacia la estaca, se celebraron las ceremonias. Hubo sermones, discursos y oraciones. Todo fue tan largo que alguno de los 80 soldados ingleses que la vigilaban empezaron a insultarla y a espetarle al cura que la acompañaba frases como “¿Que, cura, vas a hacer que almorcemos aquí?”.
Santa, hereje, esquizofrénica, icono feminista, pastorcilla analfabeta, salvadora de Francia…, hay donde elegir cuando se trata de Juana de Arco. Ha sido objeto de incontables estudios, protagonista de novelas, obras de teatro y óperas, la base para especulaciones médicas y psicológicas y objeto de una larga veneración religiosa. La Iglesia Católica la canonizó en 1920, y la presenta como símbolo de pureza y fuerza femenina.
También ha sido venerada por liberales y socialistas en Francia por su origen humilde y su vínculo con los pobres, pero también por los conservadores, como ejemplo del primer nacionalismo francés. Y durante la II Guerra Mundial, el régimen de Vichy (que colaboraba con los nazis) y la Resistencia francesa utilizaron su imagen como icono.
Y todo esto por una muchacha campesina y analfabeta que posiblemente tenía 19 años cuando murió. Aunque de biografía en gran parte conocida, se nos siguen escapando algunos detalles que nos hagan encajar el puzzle.
Su ejecución. Un sacerdote la acompañó hasta el patíbulo. Cuando la encadenaron a la estaca, parece que Juana empezó a oír de nuevo las voces que siempre la acompañaron: “Ruán, Ruán, ¿tengo que morir aquí?” entre lloros…
Entonces encendieron la pira. La ruidosa multitud se quedó en silencio cuando la chica chilló y sus plegarias se elevaban al cielo. Su sufrimiento duró mucho tiempo: el verdugo explicó más tarde que la estaca estaba tan alta que no podía alcanzar a la joven para misericordiosamente estrangularla como era la costumbre en estos casos. Le conmovió tanto su situación que lloró. Sin embargo, por orden de las autoridades, tuvo que apartar el fuego después de muerta para que la multitud pudiera ver claramente que Juana había fallecido.
Después fue quemada hasta reducirla a cenizas y estas fueron echadas al Sena, excepto su corazón -que según la leyenda que surgió al poco tiempo- fue imposible de quemar. Así se las gastaban en aquellos tiempos…
Imágenes: Wikicommons, Flickr Fuente: Historia del mundo, Eslava Galán