Ni quiso fundar una Religión, ni mucho menos una Iglesia, pero se convirtió en el personaje más importante de la historia de la humanidad. Más allá de las creencias religiosas de cada cual, y analizando con perspectiva la figura del Jesús histórico, aquel ser humano cuyo único pecado fue pregonar un mensaje universal de paz, nos encontramos con uno de los casos judiciales más injustos de la historia.
Las deducciones debemos hacerlas utilizando como telón de fondo el Nuevo Testamento, con todo lo que supone utilizar una fuente que fue escrita algunas décadas después de los hechos gracias a la transmisión oral. El juicio a Jesús no fue mediático, como pudiera parecer, no tuvo gran repercusión en su tiempo, tal era el número de profetas que andaba por aquellos lares.
En el momento del juicio a Jesús, Palestina estaba gobernada por Roma. Los romanos permitían que la jerarquía judía local administrase la justicia entre ellos según su propia ley, pero no les concedía autoridad legal para ejecutar criminales. Así, Jesús fue detenido por sus enemigos religiosos, pero fue ejecutado por los romanos. Sin embargo, querían que su ejecución pareciera legal.
Un análisis de sus esfuerzos para lograr este fin lleva a los profesionales del Derecho a calificar este caso como “el crimen más oscuro conocido en la historia de la jurisprudencia”.
Una irregularidad tras otra
¿El arresto de Jesús fue resultado del testimonio ante un tribunal de dos testigos con respecto a un crimen específico? Para que la detención fuese legal, debería haber sido así. En la Palestina del primer siglo, un judío que creyese que se había incumplido una ley, presentaba su acusación ante los tribunales durante las sesiones ordinarias.
Los tribunales no podían iniciar juicios de oficio sino simplemente investigar las acusaciones presentadas ante ellos. Los únicos fiscales eran los testigos de un presunto delito. Como hemos dicho, los procedimientos comenzaban cuando al menos dos testigos del mismo acto estaban de acuerdo. Su testimonio constituía la acusación, que llevaba al arresto. La evidencia de un solo testigo no estaba permitida. (Deuteronomio 19:15).
En el caso de Jesús, sin embargo, las autoridades judías simplemente buscaron un “camino efectivo” para deshacerse de él. Fue arrestado cuando surgió “una buena oportunidad” -por la noche y “sin multitud alrededor”- (Lucas 22: 2, 5, 6, 53) .
En el momento del arresto de Jesús, no había cargos contra él. Los sacerdotes y el Sanedrín, el tribunal supremo judío, comenzaron a buscar testigos sólo después de su detención. (Mateo 26:59). Y juzgar a un hombre, sin especificar de antemano el crimen es un ultraje absoluto.
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a la casa del ex Sumo Sacerdote Anás, quien comenzó a interrogarlo (Lucas 22:54, Juan 18:12, 13). Las acciones de Anás burlaban la regla de que los cargos capitales habían de juzgarse de día, no de noche. Además, cualquier prueba de hechos debía haber tenido lugar en audiencia pública, no a puerta cerrada. Consciente de la ilegalidad del interrogatorio de Anás, Jesús respondió: “¿Por qué me preguntas? Pregunta a aquellos que han oído lo que les hablé. ¡Ve! Ellos saben lo que dije” (Juan 18:21) Anás debería haber estado preguntando a los testigos, no al acusado.
La observación de Jesús debería haber movido a un juez honrado a respetar el procedimiento apropiado, pero Anás no estaba interesado en la justicia.
La respuesta de Jesús fue “premiada” con la bofetada de un oficial, que por desgracia no fue la única violencia que soportó esa noche. La ley establecía que los acusados debían ser protegidos de los malos tratos hasta que se estableciera la culpa. A Jesús se le debería haber concedido tal protección.
Los captores de Jesús lo llevaron después a la casa del sumo sacerdote Caifás, donde continuó el juicio nocturno ilegal. Allí, en contra de cualquier principio de justicia, los sacerdotes buscaron “falso testimonio contra Jesús para matarlo”, pero no se encontraron dos testigos acusadores.
Esa asamblea finalmente encontró una vía para acusarlo. En respuesta a la pregunta: “¿Eres tú Cristo, Hijo del Bendito?” Jesús les respondió: “Yo soy; y vosotros veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Pâdre”. Los sacerdotes interpretaron esto como una blasfemia y todos al unísono lo condenaron a muerte (Marcos 14:61 -64).
De acuerdo con la Ley Mosaica, los juicios debían celebrarse en público. (Deuteronomio 16:18, Rut 4:1) Y aquello era un juicio secreto. No se permitió hablar en el favor de Jesús, ni este tuvo oportunidad de convocar testigos para su defensa.
Jesús es llevado ante Poncio Pilato
Debido a que los judíos carecían de autoridad para ejecutar a Jesús, lo llevaron a Poncio Pilato, el gobernador romano. La primera pregunta de Pilato fue: “¿Qué acusación traes contra este hombre?”. Sabiendo que la acusación de blasfemia no tenía ningún valor para el gobernador, los judíos lo entregaron como un mal hombre “Si este hombre no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado”, dijeron (Juan 18:29, 30). Pilato rechazó este argumento, obligando a los judíos a hacer una nueva acusación: “Este hombre incita a no pagar impuestos al César y va diciendo que él mismo es el rey de los judíos” Así que la acusación de blasfemia fue astutamente cambiada por la de la traición a Roma.
La acusación de “prohibir el pago de impuestos” era falsa, y los acusadores lo sabían. Jesús dijo lo contrario (Mateo 22: 15-22). En cuanto a la acusación de que Jesús se hacía llamar rey, Pilato rápidamente vio que el hombre ante él no presentaba ninguna amenaza para Roma. “No encuentro culpa en él”, declaró. (Juan 18:38), y Pilato mantuvo esa convicción durante todo el juicio.
Pilato tenía la idea de dejar libre a Jesús permitiéndole beneficiarse de la liberación habitual de un prisionero en Pascua. Sin embargo, terminó liberando a Barrabás, que era culpable de sedición y asesinato.
Lo siguiente fue vestir a Jesús de púrpura, coronarlo con espinas, golpearlo y vilipendiarlo. Y de nuevo declaró inocente a Jesús. Es como si Pilato dijera: “¿No es esto suficiente para vosotros, sacerdotes?” Tal vez él esperaba que la vista de un hombre devastado por el castigo romano, colmaría los deseos de venganza y les provocara compasión. Sin embargo, esto no sucedió.
Pilato siguió buscando cómo liberar a Jesús. Pero los judíos gritaban diciendo: ‘Si liberáis a este hombre, no sois amigo de César. Todo hombre que se hace llamar rey habla en contra de César.” (Juan 19:12). El César de aquella época era Tiberio, un emperador con reputación de ejecutar a cualquiera a quien consideraba desleal, incluso altos funcionarios. Pilato ya había irritado bastante a los judíos, por lo que no podía arriesgarse a más fricciones, y mucho menos a una acusación de deslealtad.
Las palabras de la muchedumbre eran una amenaza, y Pilato cedió a la presión y condenó a Jesús, un hombre inocente (Juan 19:16) .
Muchos analistas legales han analizado los relatos evangélicos del juicio de Jesús. Han llegado a la conclusión de que fue una farsa, una parodia de la justicia. Que se iniciara y finalizara tal juicio y se pronunciara formalmente la sentencia, entre la medianoche y la mañana, fue hecho en contra a las formas y reglas de la ley hebrea, así como a los principios de la justicia. Todo el procedimiento estaba impregnado de una ilegalidad tan flagrante que el resultado puede ser considerado nada menos que asesinato judicial.
Jesús era inocente. Sin embargo, él sabía que su muerte era necesaria para la salvación de la humanidad, según sus creencias.
▪ El tribunal no escuchó argumentos ni testigos de absolución.
▪ Ninguno de los jueces buscó defender a Jesús; ellos eran sus enemigos.
▪ Los sacerdotes buscaron falsos testigos para condenar a Jesús a la muerte.
▪ El juicio fue celebrado por la noche a puerta cerrada.
▪ El juicio comenzó y concluyó en un día, la víspera de una fiesta.
▪ No hubo acusación, ni cargos, antes del arresto de Jesús.
▪ Los cargos fueron cambiados durante el simulacro de juicio.
▪ Las acusaciones eran falsas.
▪ Pilato encontró a Jesús inocente pero aún así lo hizo ejecutar.
Imágenes: Flickr, Wikimedia Commons Pasajes Bíblicos: Edición de Reina Varela (Biblia de Casiodoro)
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