Empezamos con Norton I, Emperador de Estados Unidos y México. ¡Hay es nada¡. En realidad se llamaba Joshua Norton y había nacido en 1819, no se sabe muy bien si en Inglaterra o Sudáfrica. Lo cierto es que llegó a la Bahía de San Francisco a raíz del descubrimiento de oro de 1848. En principio no le iban mal las cosas, de hecho era un hombre bastante prospero en los negocios, y se dedicaba a la especulación en el mercado del arroz, aprovechando la ingente cantidad de chinos que habían empezado a llegar a California. El caso es que tuvo mala suerte, y al cabo de unos años acabó arruinándose completamente. Este estado de ruina total le provocó una locura mental (o no), y en 1859 se autoproclamó Emperador de Estados Unidos y México. Esto que en principio parece una “chorrada” (de hecho lo es) le supuso una forma imaginativa de salir de la quiebra, porque a partir de entonces y sorprendentemente se convirtió en una persona respetada y famosa, de hecho comía gratis en los Restaurantes, publicaba su Proclamas en los periódicos, y lo más divertido de todo, empezó a acuñar moneda propia, los “Nortonitos” que se convirtió en una moneda de uso común en la Bahía de San Francisco. A su funeral, en 1881, acudieron nada más y nada menos que 30.000 personas. Y no solo eso. Para conmemorar el primer aniversario de su muerte, se hizo una Opera, El Emperador Norton…
Ahora nos vamos al siglo XV francés, para encontrarnos con una gran impostora, aquella que quiso ser Juana de Arco. Cinco años después de que esta fuera quemada en la hoguera, ese 30 de mayo de 1431, otra mujer suplanta su identidad, y es recibida en Orleáns, pensando algunos, o queriendo pensar, que estaban ante la auténtica y que no había muerto y por algún milagro sus cenizas no fueron a parar al Sena, sino que había sobrevivido. Así que se aprovecho de esta incertidumbre (estamos hablando de una época donde la información no se transmite tan rápidamente como ahora). Era una mujer curiosa, que vestía como un hombre, y sabía ciertos trucos de magia con los cuales impresionaba al personal, que pensaba que esos trucos podían ser milagros. En resumen, conocía muy bien la escenificación para sugestionar a un público ávido de creer. Así que encontró influyentes partidarios durante 3 años, hasta que el rey Carlos VII quiere saber si es la auténtica o no (él sabía que no lo era) para acallar las voces del pueblo. Y manda que vaya a Paris para pasar unas pruebas de autenticidad, pruebas que evidentemente no superó, y tuvo que confesar su verdadera identidad. Tuvo la suerte de no ser ejecutada, y pasó unos días en la cárcel, tras lo cual volvió a Orleáns, donde fue recibida entre vítores por un pueblo que no aceptaba la muerte de Juana de Arco…
El clásico de los clásicos en el mundo de la impostura es el de Anna Anderson, aquella que dijo ser Anastasia Romanov, la hija superviviente del zar Nicolas II. Estuvo manteniendo la duda hasta su muerte, aunque nunca se sabrá si era una impostora o una pobre transtornada. Lo cierto es que ella se creyó su propia mentira, porque tenemos que ver como apareció esta mujer en Berlín en 1924, en un Sanatorio Mental, aparentemente salvada de un suicidio en el puente de un río. Y justo cuando llega al Sanatorio (como si se hubiera producido un cortocircuito en su mente) comienza a decir que era la gran Duquesa Anastasia. Es cierto que guardaba un increíble parecido físico con la verdadera, y proclamaba que había sobrevivido a ese asesinato colectivo de la familia Imperial Rusa en 1918. Creó toda una historia en la que decía que uno de los soldados que cortaron el cuello a toda la familia, se enamoró de ella y le perdonó la vida, manteniendo después un romance con este. El hecho es que fue manteniendo esta versión continuamente hasta su muerte en 1984, y esto le venía muy bien a los “forofos” de los Romanov, porque así no se perdería la dinastía. Hasta que la genética, años después, la convirtió en una impostora, porque en 1991 se encuentra en una fosa común en los Urales unos huesos que empiezan a sospechar que pertenecen a la familia real. Efectivamente, en 1997, se someten a la prueba del ADN y se confirma que esos huesos pertenecían a toda la familia, Anastasia incluida…