Herman Webster Mudgett, el Doctor Tortura. Un asesino despiadado

El “señor” Herman… , apodado “” o “”, fue un apuesto y elegante médico americano, graduado por la Universidad de Michigan que cambio el ejercicio de su profesión por un “empleo” al que sacó muchos más beneficios: el asesinato.

Herman nació en 1861 y fue acusado de 27 asesinatos y de 7 intentos frustrados; se aprovechaba de su aspecto físico (alto, guapo y con aire distinguido), para embaucar a sus víctimas (mujeres adineradas), a las que se seducía y después de conseguir su objetivo las hacía desaparecer.

A los 30 años fijó su residencia en , donde se preparaba la Exposición Universal de 1893, que atraería a la ciudad a miles de visitantes y sobre todo a mujeres ricas y faltas de cariño.
Durante mucho tiempo se dedicó en cuerpo y alma a un curioso objetivo: construir un Castillo como Hotel. En un principio nadie podía imaginar que en aquel lugar ocurría nada extraño, aunque la sorpresa saltó tiempo después, tras una investigación que llevo a cabo la compañía aseguradora del inmueble, intentando esclarecer las causas de un pequeño incendio que se había producido en sus instalaciones.
Los operarios quedaron horrorizados al descubrir como Herman había construido una morada terrorífica preparada para todo tipo de crímenes. El “Doctor Tortura” había manipulado todas las habitaciones del castillo plagándolas de trampas y puertas correderas que daban acceso a un entramado de pasillos secretos por los que se trasladaba de una habitación a otra sin levantar sospechas y observaba todo lo que ocurría en ellas a través de unas ventanillas disimuladas en las paredes. 
La casa de los horrores de H.W. Mudgett
También, junto a la grifería normal, instaló una muy diferente que trasladaba gas a su antojo, acabando en pocos minutos con la víctima elegida; para deshacerse de los cadáveres sin levantar sospechas construyo un montacargas y dos toboganes por los que lanzaba los cuerpos hasta una habitación bautizada como “El calabozo”, donde los sumergía en una cubeta con ácido sulfúrico o en una de cal viva.
Los agentes del seguro que inspeccionaban la casa (tras intentar el macabro doctor cobrar la póliza a causa de un incendio intencionado) quedaron espantados al descubrir algunas máquinas utilizadas para torturar a sus víctimas, entre las que se encontraban un autómata que permitía hacer cosquillas en la planta de los pies de los secuestrados y matarlos de risa.
NOTA AL MARGEN: Si, se puede morir de risa, y no es una Leyenda. La (este es el término que se utiliza para definir a la risa mortal) se cobró su primera víctima en la Grecia antigua. Allí murió el filósofo Crispo de Soli. Al parecer, las carcajadas fueron producidas al ver a su burro alimentándose de higos, asombroso ¿verdad?
El útimo en sucumbir del que se tiene constancia fue un físico danes llamado Ole Bentzen. Al parecer falleció en 1989 al no poder aguantar la risa que le produjo la película de Charles Crichton “Un pez llamado Wanda”. En una escena del largometraje, su pulso aumento de de doscientas cincuenta a quinientas pulsaciones , lo que provovó un ataque cardíaco.
La del doctor tortura
Descubierta su “Mansión del horror”, el doctor pudo escapar incomprensiblemente refugiándose en Texas, donde finalmente fue detenido y acusado de intentar estafar a varias aseguradoras; en los interrogatorios no pudo aguantar más y terminó confesando todos sus crímenes. Aunque la policía pudo incriminarle e 27 asesinatos, los expertos calculan que podría haber acabado con la vida de más de 200 personas. Fue condenado a muerte y ahorcado el 7 de mayo de 1896, cuando solo tenía 35 años…
Fuente: Alberto Granados