En la Edad Media, la creación de un libro podía llevar años. Un escriba se inclinaba sobre su mesa, iluminada sólo por la luz de las velas -un gran riesgo para los libros-, y pasaba horas escribiendo hojas a mano, con la cautela de no cometer ningún error. Ser copista, escribió un escriba, era doloroso: “Extingue la luz de los ojos, dobla la espalda, aplasta las vísceras y las costillas, provoca dolor en los riñones y fatiga en todo el cuerpo”.
Dado el esfuerzo extremo que se empleaba en la creación de libros, los escribas y sus propietarios tenían un gran interés en proteger su trabajo. Usaban el único poder que tenían: las palabras. Al principio o al final de los libros, escribían maldiciones amenazando a los ladrones con dolor y sufrimiento eterno si osaban robar aquellos tesoros.
No dudaron en invocar a los peores castigos que conocían: la excomunión de la iglesia y una muerte horrible y dolorosa. Roba un libro, y puedes ser hendido por una espada demoníaca, tus ojos serán arrancados, o terminarás en el infierno.
“Estas maldiciones eran lo único que protegían los libros”, dice Marc Drogin, autor de Anathema, Los escribas medievales y la historia de las maldiciones de libros. “Por suerte, hubo un tiempo en que la gente creía en ellas”. Si arrancabas una página, morirías con agonía. No querías arriesgarte. Gracias a aquella creencia se salvaron muchos libros.
Para muchos, las maldiciones son meras curiosidades, pero realmente eran la evidencia de cuán valiosos eran los libros para los escribas y eruditos medievales, en un momento en que incluso las instituciones más elitistas podían tener bibliotecas de sólo unas pocas docenas de libros.
“Para el que robe, o tomare prestado y no devuelva este libro a su dueño, que su mano se convierta en una serpiente y lo dañe. Dejará todos sus miembros maltrechos. Languidecerá de dolor gritando en voz alta implorando misericordia, y no tendrá descanso a su agonía. Que los gusanos de las bibliotecas coman sus entrañas, y cuando por fin vaya a su castigo final, que las llamas del Infierno lo consuman para siempre…”
Muchas maldiciones se repetían. No todos los escribanos eran lo suficientemente creativos como para escribir las suyas propias. Si estás buscando una buena y que sirva en todo tipo de situaciones, prueba esta popular. Aunque no es tan amenazante como los gusanos de las bibliotecas que comerán tus entrañas, cumplirá su cometido:
“Quien robe o enajene este libro, o lo mutile, sea excomulgado de la iglesia y visto por siempre como un ser maldito”
Imágenes: dominio público Fuentes: Anathema, Los escribas medievales y la historia de las maldiciones de libros, Marc Drogin
En El Nombre de la Rosa, un monje integrista -creo que se llamaba Jorge y era español- echaba veneno a ciertos libros para que si alguien los leía y se lamía el pulgar para pasar página las diñaba al poco tiempo.
Un saludo, Félix.
En aquellos tiempos, el sentido del humor era algo contrario a la Iglesia Católica, de ahí la idea de Umberto Eco de plasmar esta sugerente maldición en la fantástica novela de detectives ambientada en la italia medieval. De las pocas películas que hacen honor al libro.
Saludos, Cayetano
Contemplando la ilustración medieval que aparece en el artículo y observando las “put.das” que el buen Dios nos tenía preparadas a los malos, a los no creyentes, sorprende la sensiblidad de los creyentes, cuando alguien no toma en serio o se mofa de su credulidad.
Sin duda, Justo. La superstición o la fe ciega no hay que menospreciarla, hay que ponerse en la piel de cada cual. Mejor no mofarse 😉
Un saludo