La epopeya comenzó hace 10.000 años en una selva asiática y hoy está en las cocinas de todo el mundo. Los pollos que “salvaron” la civilización occidental se descubrieron por estos lares según la leyenda en la primera década del siglo V antes de Cristo. El general ateniense Tesmítocles en su camino a enfrentarse a los persas se detuvo a observar dos gallos que luchaban junto al camino y convocó a sus tropas diciendo:
He aquí que estos no luchan por sus dioses domésticos, por los monumentos de sus antepasados, por la gloria, la libertad o la seguridad de sus hijos, sólo luchan por no ceder el paso el uno al otro…
La historia no describe lo que pasó con el perdedor, pero sí que los griegos, alentados por la visión de aquellos animales, se los comieron allí mismo (no se sabe si empanados o no). Los descendientes de aquellos gallos pensarán que aquellos antepasados suyos tienen muchas preguntas que responder…
¿Cómo llegó el pollo a tal dominio cultural y culinario? Aunque parezca sorprendente y según muchos arqueólogos, los pollos fueron domesticados por primera vez no para comer, sino para las peleas de gallos. Hasta el advenimiento de la producción industrial a gran escala del siglo XX pocas personas en la historia han tenido acceso a ellos.
Los pollos fueron, y siguen siendo, un animal sagrado en muchas culturas. La gallina prodigiosa y siempre alerta era un símbolo mundial de la riqueza y la fertilidad, y sus huevos colgaban de los templos egipcios para asegurar las inundaciones anuales del río Nilo.
Por otro lado, el lujurioso gallo, es un símbolo universal de la fertilidad, y desde la antigua fe persa del zoroastrismo, un espíritu benigno que canta en la madrugada para asegurar un punto de inflexión entre la oscuridad y la luz. Los romanos los utilizaban para las artes adivinatorias (y para comérselos), y en la actualidad, ha superado fronteras, convirtiéndose en uno de los amos y señores de nuestras mesas…
Imágenes: Flickr y Tim O´Brien (portada) Más información: smithsonian