Una quimera llamada Europa -Historias que no son cuentos-

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Tras la Segunda Guerra Mundial, preclaros hombres de Estado de la Europa castigada y arruinada por el conflicto, entre los que se encontraban el Ministro francés de asuntos extranjeros Robert Schuman, el consejero económico galo Jean Monnet, el canciller alemán Konrad Adenauer y otros, pensaron que un buen destino para el continente en previsión de evitar guerras en el futuro y para hacer de todo el territorio un lugar seguro y próspero, era sin duda alguna dar pasos encaminados para lograr su unidad.
Así fue cómo nació de las cenizas ya apagadas de la posguerra la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, años más tarde el Mercado Común Europeo, que luego fue cambiando de nombre: Comunidad Económica Europea, Unión Europea, viendo aumentar poco a poco el número de países integrantes: Europa de los 6, de los 9, de los 12, de los 15… pasando luego a 25 y a 28 miembros en la actualidad.
Pero… ¿existe de verdad Europa?
Europa no ha existido nunca más que como una realidad geográfica o un mero mercado.
Se intentó la unidad con el concepto de cristiandad frente al Islam en la Edad Media. Nada más lejos de la realidad. Hubo tantos conflictos o más entre los reinos cristianos -incluidos los de la península- como entre musulmanes y cristianos. La Guerra de los Cien Años es un claro ejemplo.
Luego, durante la Edad Moderna, vinieron las guerras de religión entre países católicos y protestantes, con tristes episodios como la Matanza de la Noche de San Bartolomé o la Guerra de los Treinta Años, que se convirtió en una lucha por la hegemonía europea, de la que salió mal parada España (Tratado de Westfalia).

La Ilustración, la Revolución Francesa y el liberalismo tampoco unificaron y apaciguaron los conflictos, no pudiendo evitar el dar lugar a guerras entre naciones vecinas (Francia contra Inglaterra, por ejemplo).
Napoleón quiso unificar Europa bajo la bota de sus soldados. Una especie de “Unión europea” a la corsa y sin permiso de las naciones ocupadas o sometidas. No lo logró.
El sistema de la Restauración, nacido de la derrota napoleónica y del Congreso de Viena, fomentó el enfrentamiento entre las monarquías absolutas restauradas y los movimientos liberales, inmiscuyéndose en los asuntos de países vecinos (Caso representativo el de los Cien Mil Hijos de San Luis y apresamiento y ejecución de Riego en España con el fin de salvar el absolutismo de Fernando VII).
El desarrollo industrial del siglo XIX fomentó la expansión colonial de las potencias en busca de mercados. Las naciones de Europa se lanzaron frenéticamente a conseguir grandes tajadas de la tarta colonial en Asia, Oceanía y África. Como resultado de ello, aumentaron los roces entre naciones y las tensiones internacionales.

El Nacionalismo que surgió del crecimiento económico europeo y del expansionismo colonial veía rivales por todas partes y postulaba el derecho de los fuertes sobre los débiles, dando lugar al “darwinismo social” y al fascismo, con su bagaje de racismo y xenofobia.
Las dos guerras mundiales, consecuencia de lo anterior, obvio es decirlo: separaron más que unieron.
Al final de la Segunda Guerra, la llamada Guerra Fría enfrentó a las naciones europeas que se organizaron en dos bloques opuestos: el capitalista y el comunista.
Durante décadas hubo riesgo cierto de una tercera confrontación mundial, lo cual, dada la potencialidad nuclear de los bloques enfrentados, hubiera producido el suicidio de la humanidad.
Luego vino la Revolución Democrática en los antiguos países comunistas de Europa. Cayó el muro de Berlín, paralelo al derrumbamiento del comunismo en Rusia y en Europa oriental.
Muchos países de la órbita soviética durante la Guerra Fría fueron absorbidos por las instituciones políticas y económicas de la Europa democrática.
Nuevos socios se fueron incorporando al proyecto de integración europeo, un proyecto básicamente económico.
Los sueños de integración política y social -la Europa de los ciudadanos, frente a la Europa de los “mercaderes”- pasaron de momento a un segundo plano en las preferencias de la mayoría de los líderes del continente.
Y hoy la Unión Europea es un mercado y un banco central… y poco más.
¿Quién cree en Europa?

Estas, y muchas más historias en un libro de recomendada lectura: “HISTORIAS QUE NO SON CUENTOS” de Cayetano Gea Bermejo

¿Desde cuándo existe España? ¿Por qué a Carlos II le llamaban El Hechizado? ¿De dónde procede el término “estraperlo”? ¿A quién llamaban “Miss Islas Canarias 1936″? ¿Tuvo Hitler “luna de miel”? A éstas y otras preguntas intenta dar respuesta este libro. Una colección de lecturas, curiosidades y anécdotas que pueden servir para hacer más atractiva la historia.

Comentarios9 comentarios

  1. Felix Casanova

    La lectura de este libro es una gozada. Debería usarse en las clases de Historia para alentar a los más jovenes.
    Un saludo

  2. Cayetano Gea

    En realidad ese fue el motivo que me alentó a escribirlo. Hacer atractiva y comprensible la historia a un público poco motivado. Me alegro que tengas esa opinión del libro.
    Un saludo.

  3. Carmen Cascón

    Leer las pequeñas grandes y pequeñas historias de la Historia contadas por un maestro como Cayetano es un placer.
    Saludos

  4. Katy Sánchez

    Yo creo en Europa independientemente de que el artículo de Gea me haya gustado. Tal vez vez mucho países así lo desean y quieren creer.
    Interés económicos si y en dónde no. Pero es bastante difícil creer en una unión en un país donde cada cual quiere ser cabeza de ratón y ninguno cola de león y nos sin ánimo de lucro precisamente.
    Bss

  5. Felix Casanova

    Katy,
    Me gustaría creer en la Globalidad. Pero… ¿existen motivos para creer que es posible después de milenios dándonos palos y cada cual mirándose el ombligo? En este aspecto soy bastante escéptico y pesimista.
    Bss

  6. Jose Senovilla

    Gran maestro Cayetano y estupendo libro que esperemos acabe en manos de los que empiezan a amar la historia.

    Un abrazo amigo