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La leyenda de los barcos malditos

Tiempo de lectura: 8 minutos

Pocas veces una leyenda ha podido surcar los siete mares como la de los “buques fantasma”. Aunque mucho se ha escrito ya acerca del mito, las deformaciones en torno a esta narración han impedido que se conocieran sucesos similares y no menos enigmáticos. Las mismas exageraciones propician además un alto número de hipótesis, a caballo entre la lógica y la fantasía, pero aparentemente reales.

A efectos históricos, la leyenda del “buque fantasma” salió a flote a principios del siglo XVII. Sin embargo, pocos estudiosos tienen presente que su verdadero origen en absoluto se gestó mar adentro, sino en tierra firme. Las extensas arenas del desierto del Sinaí fueron el marco en el que se desarrolló este drama, teniendo como protagonista a un simple orfebre llamado Al Samiri, en lugar de a un capitán.

Este personaje, cuentan las crónicas hebreas, recibió el encargo de fundir cuantas joyas y oro requisara para modelar al célebre “Becerro de Oro”. Al regresar Moisés con las Tablas de la Ley, de inmediato quiso castigar con la muerte a los responsables de aquel ídolo empezando por el artesano que lo forjó. Pero el Creador, insiste el relato, detuvo la mano del patriarca condenando a Al Samiri a vagar eternamente sin rumbo, como un proscrito. También le prohibió todo contacto con sus semejantes ni hallar jamás el reposo.

Más adelante en el tiempo, la tradición recuerda a Ashaver, el zapatero de Jerusalén. Por negarle ayuda a Cristo en su camino hacia el Gólgota, se le castigó a permanecer caminando para siempre sin detenerse, negándole el alivio de la muerte. Conforme transcurrían los siglos, nuevos aditamentos adornaron el argumento original, situando al forzado trashumante en España, y luego en los Países Bajos a principios del 1600.
Pese a que su existencia pronto quedó en entredicho, la liturgia de Ashaver –y otros coetáneos suyos no menos represaliados– alimentó el mito en los países bañados por el Mar del Norte. La leyenda del castillo de Falkenberg, cercano a Alemania, retomó la trama reconvirtiéndola en un drama pasional donde dos hermanos se disputaban el afecto de una dama local. El que salió perjudicado se vengó matando a los novios, pero su mala conciencia le impidió superar la felonía.

Arrepentido, buscó consejo en un confesor, el cual le instó a viajar en dirección al mar y, una vez allí, esperar una señal. Ésta vino en la forma de un bergantín en el que dos figuras le obligaron a subir. Una vez dentro quedó castigado en un camarote hasta el final de los tiempos para purgar su crimen. Con tintes más sádicos, la historia terminó con su alma sorteada a diario entre la marinería, con ayuda de un juego de dados. Al mismo tiempo, la fama del capitán holandés Barent Fokke, hombre nada temeroso de Dios, le hizo acreedor de una alianza con el diablo. Marino excepcional, su navío recorría el continente africano y el océano Índico, invirtiendo menos tiempo que sus competidores, ganándose el recelo popular. Obsesionado por doblar el cabo de Buena Esperanza (Sudáfrica) aunque le costase una eternidad, escandalizó a la sociedad local, y cuando no regresó de su última expedición generó supersticiones de toda índole.

“Vagarás sin cesar por todas las latitudes y jamás hallarás el reposo o buen tiempo. La sola visión de tu barco, que rondará hasta el fin del mundo, traerá desgracia a quien lo divise!”. Los versos de H. Heine, en su obra Aus den memorien dels Herren von Schnabelewopski (1743), se basaron a su vez en otro compatriota suyo, el capitán Van Der Dekken. Navegante singular, de carácter arisco, sus desafíos a la divinidad con vistas a cumplir un objetivo personal calaron hondo en la mentalidad de sus correligionarios.
De ello se aprovechó Richard Wagner un siglo después para idear su ópera “Voltigeur” –El holandés errante–, otorgándole al mito fama universal.

A grandes rasgos, la moraleja que se extrae de la narración consiste en que alguien, por muy audaz y habilidoso que sea, no puede cuestionar la religión o el poder establecido so pena de sufrir un suplicio inmortal. En plena etapa romántica, la leyenda prosperó aunque el “buque fantasma” resultase una invención. Los marineros, en cambio, afirmaban lo contrario.

El cadete naval británico y futuro rey Jorge V escribía en el cuaderno de bitácora del “HMS Inconstant” el 11 de julio de 1881. “A las 4 de la mañana el Holandés cruza nuestra proa. Emite una luz fosforescente como la que debe irradiar todo barco fantasma”. Un grumete, el primero en divisarlo, murió al caer de un mástil a las pocas horas, en tanto el comandante del buque fallecía aquella noche tras sufrir un ataque al corazón.

La aparición de tan espectral bajel por las inmediaciones de Ciudad del Cabo fue recogida en varios informes a lo largo del siglo XIX, si bien la descripción variaba. Los avistamientos más recientes, fechados en 1939 y 1941 respectivamente, tuvieron a centenares de testimonios entre bañistas y transeúntes. Desde la costa veían surgir al navío de tétrico aspecto entre la niebla recorriendo la zona con sus velas desplegadas, a pesar de que no soplaba ni la más ligera brisa.

Aquel curioso detalle consta en los diferentes informes entregados desde 1835, cuando el oficial de una goleta francesa lo destacó con gran sorpresa. Algunos escritores de la época, como Sir Walter Scott, incluso se animaron a recopilar cuanta documentación cayera en sus manos a fin de desentrañar el enigma, pero sin éxito. Pasado medio siglo, la famosa aseguradora Lloyd’s tomó cartas en el asunto, inquieta por la siniestralidad que producía aquella ruta de navegación.

Ante el riesgo de más brotes, las respectivas autoridades portuarias le denegaron el acceso, siendo visto su barco por última vez cuando puso proa al Índico. La segunda parte de la investigación se orientó en torno a una explicación plausible que aclarase el misterio. Surgió así la hipótesis del espejismo, una ilusión engañosa ocasionada por el calor que reflejaban objetos alejados en la distancia, por ejemplo un paquebote. El siguiente argumento a considerar fueron las declaraciones de los testigos.

Y es que la Lloyd’s no solamente se enfrentaba a presuntos espectros en forma de navío, sino a barcos reales que aparecían abandonados en pleno océano por sus tripulaciones. Se contaba con un incómodo precedente que todavía hoy despierta inquietud: el “Mary Celeste”.

¿Un barco maldito?

¿Qué provocó la desaparición en pleno Atlántico de 10 personas aquel fatídico 25 de noviembre 1874? En el “Mary Celeste” viajaban 4 marineros, un cocinero y dos oficiales al mando de A. S. Briggs. Al capitán, hombre de profundo fanatismo religioso, le acompañaban su mujer y una hija de corta edad, soportando los rigores de una travesía iniciada semanas atrás en Nueva York con destino a Génova. El 5 de diciembre el velero fue localizado y abordado por el “Dei Gratia” después de evidenciar su rumbo errático.

El patrón del segundo buque echó en falta el pasaje, pero se maravilló de las buenas condiciones operativas del navío. La carga estaba intacta y no se apreciaban señales de violencia, pues las diversas pertenencias –excepto el sextante– permanecían bien ordenadas. Incluso en la cocina quedaban los restos del desayuno a medio servir. El resto del incidente, harto conocido para los amantes de lo extraño, se saldó con una prima ridícula por el salvamento y las numerosas explicaciones ofrecidas, cada una más fantástica que la anterior.A lo largo de los siguientes 11 años, el “Mary Celeste» cambió de manos nada menos que 17 veces, hasta que en 1884 su último propietario lo estrelló frente a las rocosas costas de Haití.

Precisamente en agosto de 2001 una expedición científica dio con el pecio, lo que sirvió únicamente para reavivar el enigma. Sobre este punto, el antiguo redactor jefe del diario Sun Nigel Blundell, apuntó hace un tiempo una peculiar teoría: alguien más viajaba en el barco pero no constaba en ningún manifiesto.

Y ése alguien era Abel Fosdyk, un pasajero embarcado a última hora. Así lo consideraba el director de un colegio londinense en 1913, al releer un manuscrito del propio interesado en su lecho de muerte. En su historia se detallaba la construcción de una plataforma ante la proa para que la hija de Briggs jugara sin peligro de caerse, pero una discusión provocó que el conjunto fuese ocupado por todo el pasaje. El entramado cedió arrojándolos al mar y los tiburones hicieron el resto. Según Fosdyk, logró aferrarse a los restos de madera hasta que las corrientes le arrastraron en dirección a África. El relato acabó rechazado por inverosímil, máxime cuando al ponerse a salvo ni siquiera se tomó la molestia de narrar lo sucedido, sin mencionar tan sospechoso silencio. Por supuesto el asunto del “Mary Celeste” se convirtió en una referencia célebre, aunque no la única. Era frecuente durante aquel tiempo interceptar navíos desalojados sin motivo aparente por parte de los vapores de línea.

A principios de 1840, el velero francés “Rosalie” apareció de tal guisa a pocas millas del litoral británico con su velamen izado y el cargamento intacto. Justo un decenio después, cerca de Newport (EEUU) el “Seabird” era abordado encontrándose a un perro famélico como único tripulante. Algo similar ocurrió en 1883 con la goleta “Cousins”, encallada en unos escollos de Oregón. La marinería brillaba por su ausencia, pero la mesa estaba puesta y la comida preparada.

En el verano de 1899, el buque mixto “Vengeance” se topó con un velero abandonado al menos 30 años atrás, con enseres y equipaje acordes con la época. A tenor de lo que pudo descubrirse, se supo que el navío tenía nacionalidad brasileña y cubría la ruta Río de Janeiro–Ciudad del Cabo. Otro tanto sucedió en 1921, cuando el carguero peruano Francisco Moreno casi colisiona con un paquebote cerca de Tahití. Llevaba a la deriva al menos 50 años.

Buscando la clave

Lejos de pasar a la historia, todavía en la actualidad los marineros divisan esta insólita variante del “buque fantasma”. En 1953 la fuerza naval hindú detectó al mercante “Holchu” a escasas millas del Golfo de Bengala. Naturalmente, la despensa venía repleta y los tanques de combustible estaban llenos a rebosar, aparte de que la radio funcionaba perfectamente. Pero faltaba el pasaje y la tripulación, como de costumbre. El supuesto de un ataque pirata o terrorista queda descartado de buenas a primeras. En primer lugar, la carga habría desaparecido, sin olvidar que ningún rastro de la intentona quedó en las cubiertas. Asímismo, de perpetrar un secuestro, el responsable se habría dado a conocer para reivindicar el asalto, independientemente de su finalidad. Recuérdese el caso del transatlántico italiano “Achille Lauro” en 1986, del cual se apoderó un grupo islamista con la intención de canjear los rehenes por sus compatriotas presos en Israel. La teoría de una enfermedad contagiosa o un brote de locura podría tomar cuerpo, en particular durante las largas travesías.

Si bien se han conocido algunas narraciones en este sentido, acaecidas en siglos precedentes, tampoco servirían para solucionar cada situación conocida. Los cadáveres de las víctimas aún morarían en los camarotes, o al menos su esqueleto estaría allí. Los motines o la baratería –rebelión de los oficiales– se han citado como causas posibles, pero a medida que las comunicaciones han ido mejorando la huída resultaría más y más difícil.

La rama asiática del Lloyd’s ha planteado nuevas ideas sobre este punto en particular. No en vano, hoy en día desaparecen una media de entre 4 y 6 barcos diarios en algún océano del planeta, y no precisamente por ser víctimas de fenómenos sobrenaturales. Cuando no se hunden expresamente para cobrar el seguro, sus identificaciones se falsean a fin de prestar servicios poco recomendables, empezando por el narcotráfico. Ante el temor de que la guardia costera los detenga, las tripulaciones abandonan el navío a la menor sospecha dejándolo sin control.

Que la bitácora de algunos barcos antes reseñados, y de otros muchos no incluidos, indique su paso por el “Triángulo de las Bermudas” o su equivalente en los Antípodas es algo que los investigadores consideraron irrelevante. No obstante, los “fantasmas navales” de antaño siguen dando guerra, fenómeno que eventualmente aparece en los titulares de medios de comunicación sensacionalistas. El periodista J. Nickell, redactor de una publicación para escépticos, cree que en realidad es la meteorología quien juega malas pasadas entre observadores asustadizos.

Con motivo de una investigación relativa a Twilight, un corsario hundido entre las llamas junto al archipiélago de Nueva Escocia en 1813 y reaparecido en 1935, se atrevió a ofrecer su postulado personal: “Las visiones debieron coincidir con el efecto ardiente de la luna poniéndose sobre el océano”. Con todo, ni siquiera la tecnología del presente ha podido restar atracción a un fenómeno que lleva años “navegando”, mientras tenga el viento en popa y el ron abunde en la despensa, por supuesto.

Vía: Revista Akásico

2 COMENTARIOS

  1. Vivo en un puerto de mar, y paso a menudo por las cercanías de un viejo barco atracado, pero a simple vista abandonado.
    Siento escalofríos de su solitaria presencia: los vientos, las encalmadas, los murmullos de cientos de puertos de los siete mares del mundo resuenan en sus viejas y crujientes cuadernas… tal vez algún naufragio, y por qué no la cercanía de la muerte…
    Se mece sobre el flujo y reflujo así hasta cuándo…
    Jose A. Bejarano

  2. Jose A. Bejarano

    Tus palabras resultan poéticas y geniales. Que magnífica forma de describir…
    Muchas gracias por aportar a este blog un toque de magia…

    Un fuerte abrazo

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