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El asesinato del zar Nicolás II de Rusia y su familia

Tiempo de lectura: 7 minutos

El tumultuoso reinado de Nicolás II, el último zar de Rusia, quedó empañado por su ineptitud tanto en asuntos exteriores como domésticos, y contribuyó a la revolución rusa. La dinastía Romanov, que había gobernado Rusia durante tres siglos, tuvo un final abrupto y sangriento en julio de 1918, cuando Nicolás y su familia, que habían estado bajo arresto domiciliario durante más de un año, fueron brutalmente ejecutados por soldados bolcheviques.

Nicolás nació el 18 de mayo de 1868, siendo el primer hijo del zar Alejandro III y la emperatriz María Fiódorovna. Él y sus hermanos crecieron en Tsarskoye Selo, una de las residencias de la familia imperial situada en las afueras de San Petersburgo. Fue educado en el ámbito académico, el tiro, la equitación e incluso el baile. Por desgracia, su padre, no dedicó mucho tiempo a preparar a su hijo para convertirse algún día en el líder del imperio ruso.

En su juventud se dedicó a las tareas propias de la edad, viajando de aquí para allá, asistiendo a partidos de pelota, montando a caballo o de sarao en sarao. Pero el estilo de vida despreocupado que Nicolás había disfrutado llegó a un final abrupto el 1 de noviembre de 1894, cuando el zar Alejandro III murió de nefritis (una enfermedad renal).

De la noche a la mañana, Nicolás II, inexperto y mal preparado para la tarea, se convirtió en el nuevo zar de Rusia.

El período de duelo se suspendió brevemente el 26 de noviembre de 1894, cuando Nicolas y Alix se casaron en una ceremonia privada. Al año siguiente nació su hija Olga, seguida de tres más -Tatiana, María y Anastasia- en un período de cinco años.

(El esperado heredero varón, Alexei, nacería en 1904)

Con cierto retraso provocado por el largo período de luto formal, la coronación del zar Nicolás se llevó a cabo en mayo de 1896. Pero la feliz celebración fue estropeada por un incidente horrible cuando 1.400 juerguistas murieron durante una estampida en el campo de Khodynka en Moscú. El nuevo zar, sin embargo, se negó a cancelar ninguna de las celebraciones siguientes, dando la impresión a su pueblo de que era indiferente a la pérdida de tantas vidas.

Y continuaron sus errores… Nicolás II demostró ser inexperto tanto en asuntos extranjeros como domésticos. En una disputa de 1903 con los japoneses sobre el territorio de Manchuria, declinó cualquier vía diplomática. Frustrados por la negativa del zar a negociar, los japoneses se pusieron en acción en febrero de 1904, bombardeando barcos rusos en el puerto de Port Arthur, en el sur de Manchuria.

La guerra ruso-japonesa continuó durante otro año y medio y terminó con la aceptación de una negociación forzosa por parte del zar en septiembre de 1905. Dada la gran cantidad de bajas rusas y la humillante derrota, la guerra no le granjeó precisamente la simpatía del pueblo ruso.

También el pueblo ruso estaba insatisfecho con otros menesteres. Viviendas inadecuadas, los malos salarios y el hambre generalizada entre la clase obrera crearon un clima de hostilidad hacia el gobierno.

En protesta por sus pésimas condiciones de vida, decenas de miles de manifestantes marcharon pacíficamente al Palacio de Invierno de San Petersburgo el 22 de enero de 1905. Sin ninguna provocación de la multitud, los soldados del zar abrieron fuego contra los manifestantes, matando e hiriendo a cientos. El evento llegó a ser conocido como «Domingo Sangriento», y provocó aún más el sentimiento anti-zarista entre el pueblo ruso. Aunque el zar no estaba en el palacio en el momento del incidente, su gente lo hizo responsable.

La masacre enfureció al pueblo ruso, provocando huelgas y protestas en todo el país, y culminando con la Revolución Rusa de 1905. Ya no podía ignorar el descontento de su pueblo, y Nicolás II se vio obligado a actuar. El 30 de octubre de 1905, firmó el Manifiesto de Octubre, que creó una monarquía constitucional, así como una legislatura elegida, conocida como la Duma.

Sin embargo, el zar mantuvo el control limitando los poderes de la Duma y manteniendo el poder de veto.

Durante ese tiempo de gran agitación, la pareja real dio la bienvenida al nacimiento de un heredero varón, Alexei Nikolaevich, el 12 de agosto de 1904. Parecía sano al nacer, pero pronto se descubrió que el joven Alexei sufría de hemofilia, una condición hereditaria que causa unas severas hemorragias que pueden ser fatales. La pareja decidió mantener en secreto el diagnóstico de su hijo, temiendo que pudiera crear incertidumbre sobre el futuro de la monarquía.

Angustiada por la enfermedad de su hijo, la emperatriz Alejandra buscaba desesperadamente una cura o cualquier tipo de tratamiento que mantuviera a su hijo fuera de peligro. En 1905, Alexandra encontró una «ayuda»: el crudo, descuidado y autoproclamado «curador», Grigori Rasputín. Rasputin se convirtió en el confidente de confianza de la emperatriz porque podía hacer lo que ningún médico -mantuvo a Alexei fuera de peligro durante sus peores episodios de la enfermedad-.

El pueblo ruso desconfiaba de la relación entre la emperatriz y Rasputín. Más allá de su papel de consuelo para Alexei, Rasputin también se había convertido en un asesor de Alejandra e incluso influía en sus opiniones sobre los asuntos de Estado.

Alexei Romanov

La I Guerra Mundial y el asesinato de Rasputín

Tras el asesinato del archiduque austriaco Francisco Fernando en junio de 1914, Rusia se vio envuelta en la I Guerra Mundial, cuando Austria declaró la guerra a Serbia. Nicolás movilizó al ejército ruso en agosto de 1914. Los alemanes pronto se unieron al conflicto, en apoyo de Austria-Hungría.

Aunque inicialmente había recibido el apoyo del pueblo ruso para entrar en la guerra, el zar se encontró con que el apoyo disminuía a medida que la esta avanzaba. El mal dirigido y escasamente equipado ejército ruso -dirigido por el mismo zar- sufrió considerables bajas. Casi dos millones murieron durante la guerra.

Por si fuera poco, el zar había dejado a su esposa a cargo de los asuntos mientras él estaba en la guerra. Sin embargo, como Alejandra era nacida en Alemania, muchos rusos desconfiaban de ella, y máxime teniendo a Rasputín como «Pepito Grillo».

La aversión general hacia Rasputín culminó en un complot de varios miembros de la aristocracia para asesinarlo. Lo hicieron con gran dificultad en diciembre de 1916. Rasputín fue envenenado, disparado, luego atado y arrojado al río.

Revolución y abdicación del zar

En toda Rusia, la situación se volvió cada vez más desesperada para la clase trabajadora, que luchaba con los bajos salarios y el aumento de la inflación. Como lo habían hecho antes, la gente salió a las calles en protesta por el fracaso del gobierno para proveer a sus ciudadanos. El 23 de febrero de 1917, un grupo de cerca de 90.000 mujeres marcharon por las calles de Petrogrado (antes San Petersburgo) para protestar por su difícil situación. Estas mujeres, muchas de cuyos maridos habían muerto en la guerra, luchaban por ganar suficiente dinero para alimentar a sus familias.

Al día siguiente, varios miles más de manifestantes se unieron a ellos. La gente se alejó de sus trabajos, haciendo que la ciudad se paralizara. El ejército del Zar hizo poco para detenerlos; de hecho, algunos soldados incluso se unieron a la protesta. Otros soldados, leales al zar, dispararon contra la multitud, pero claramente fueron superados en número. Los manifestantes pronto ganaron el control de la ciudad durante la revolución rusa.

Con la capital en manos de los revolucionarios, Nicolás II finalmente tuvo que reconocer que su reinado había terminado. Firmó su declaración de abdicación el 15 de marzo de 1917, poniendo fin a la dinastía Romanov de 304 años.

A la familia real se le permitió permanecer en el palacio de Tsarskoye Selo mientras los funcionarios decidían su destino. Aprendieron a subsistir con las raciones de los soldados y a vivir con menos sirvientes. Las cuatro chicas se habían afeitado la cabeza por un brote de sarampión; paradójicamente, su calvicie les daba la apariencia de prisioneras, al fin y al cabo lo eran.

La familia real se traslada a Siberia

Durante un breve tiempo, los Romanov esperaron que se les concediera asilo en Inglaterra, donde el primo del zar, el rey Jorge V, reinaba como monarca. Pero el plan, impopular entre los políticos británicos que consideraban a Nicolás un tirano, fue rápidamente desechado.

Casa en Katerimburgo, últimos días de los Romanov

En el verano de 1917, la situación en San Petersburgo se había vuelto cada vez más inestable, con los bolcheviques amenazando con derrocar al gobierno provisional. El zar y su familia fueron trasladados tranquilamente a Siberia occidental para su propia protección, primero a Tobolsk, luego finalmente a Ekaterimburgo. La casa donde pasaron sus últimos días estaba muy lejos de los palacios extravagantes a los que habían estado acostumbrados, pero estaban agradecidos de estar juntos.

En octubre de 1917, los bolcheviques, bajo la dirección de Vladimir Lenin, finalmente tomaron el control del gobierno después de la segunda revolución rusa. Así, la familia real también estuvo bajo el control de los bolcheviques, con cincuenta hombres asignados a custodiar la casa y sus ocupantes.

Los Romanov se adaptaron lo mejor que pudieron a sus nuevos aposentos, mientras aguardaban lo que creían sería su liberación. Incluso las cuatro niñas aprendieron de la familia local a cocinar y cómo hornear el pan.

Durante junio de 1918, sus captores dijeron repetidamente a la familia real que pronto serían trasladados a Moscú y deberían estar preparados para partir en cualquier momento. Pero, sin embargo, el viaje se iba retrasando y reprogramando cada día.

El brutal asesinato de los Romanov

Mientras la familia real esperaba una liberación que nunca llegaría, la guerra civil se extendió por toda Rusia entre los comunistas y el Ejército Blanco, que se oponía al comunismo. Cuando el Ejército Blanco ganaba terreno y se dirigía a Ekaterimburgo, los bolcheviques decidieron que debían actuar con rapidez. Los Romanov no debían ser rescatados.

A las 2:00 de la mañana del 17 de julio de 1918, Nicolás, su esposa y sus cinco hijos, junto con cuatro sirvientes, fueron despertados y les dijeron que se prepararan para la partida. El grupo, conducido por el padre, con su hijo en brazos, fue escoltado a una pequeña habitación en el sótano. Once hombres entraron en la habitación y comenzaron a disparar. El zar y su esposa fueron los primeros en morir. Ninguno de los niños murió en el acto, probablemente porque todos llevaban joyas ocultas cosidas dentro de su ropa, que amortiguaron las balas. Los soldados terminaron el trabajo con bayonetas y más disparos. La espantosa masacre había durado 20 minutos.

Los cadáveres fueron retirados y llevados a una fosa, donde los verdugos hicieron todo lo posible para ocultar las identidades. Los machacaron con hachas y los rociaron con ácido y gasolina, incendiándolos. Los restos fueron enterrados en dos sitios separados.

Lugar de descanso final

73 años pasaron antes de que los cuerpos fueran encontrados. En 1991, los restos de nueve personas fueron excavados en Ekaterimburgo. Las pruebas de ADN confirmaron que eran los cuerpos del zar y su esposa, tres de sus hijas y cuatro sirvientes. En 2007 se descubrió una segunda tumba, con los restos de Alexei y una de sus hermanas (María o Anastasia).

El sentimiento hacia la familia real -otrora demonizada en la sociedad comunista- había cambiado en la Rusia post-soviética. Los Romanov, canonizados como santos por la Iglesia ortodoxa rusa, fueron recordados en una ceremonia religiosa el 17 de julio de 1998 (ochenta años hasta la fecha de sus asesinatos), y volvieron a ser enterrados en la bóveda de la familia imperial en la catedral de San Pedro y San Pablo. Cerca de 50 descendientes de la dinastía Romanov asistieron a las honras, al igual que el presidente ruso Boris Yeltsin.

7 COMENTARIOS

  1. Metió mucho la pata. Mal asesorado casi siempre y con escasa vocación política. Le tocó pagar el pato en nombre de los Romanov. Estaba gafado desde el mismo día de su boda.
    Un saludo.

  2. Nunca entenderé esta sed de venganza sobre todo con la familia e hijos menores. Demasiada crueldad albergamos los humanos. Si no fuera por las leyes seguiríamos en la prehistoria.

    • Hola querida Katy. Al respecto de este artículo he leído en las RRSS multitud de comentarios justificando este crímen por la nulidad como gobernante de Nicolás II. Nadie merece una muerte así, ni siquiera los ineptos y menos aquellos inocentes hijos.
      Un beso

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